Detenida en junio de 1965 fue condenada por los tribunales a 30
años de prisión.
En los interrogatorios reveló lo cerca que habían estado de
realizar el asesinato del máximo líder cubano durante una visita que
este hiciera a la cafetería del hotel Habana Libre, hecho desconocido
hasta ese momento por la dirección de la Revolución.
En 1978, en el transcurso del diálogo del gobierno revolucionario
con la comunidad cubana en el exterior, fue puesta en libertad.
Cumplió 14 años de prisión.
Pola, de 63 años de edad, me concedió esta entrevista antes de
viajar a Estados Unidos. En ella narra no solo el famoso plan de las
cápsulas para asesinar al Comandante en Jefe, sino otros aspectos de
su actividad como fue el de la campaña de la Patria Potestad. Mujer de
alta estatura y aspecto aristocrático se desenvolvió con soltura y
respondió con amplitud en el transcurso de la conversación, que fue
grabada con su autorización.
¿Por qué conspiró contra la Revolución?
Fui antibatistiana. Trabajé con Carlos Prío. También con Raúl
Rodríguez Santos. Eso provocó que en 1958 me tuviera que exiliar en
Estados Unidos. Cuando llegué a Miami me fui a vivir a la casa de José
Braulio Alemán (Neneíto).
Al producirse la fuga de Fulgencio Batista, estaba lista para
regresar a Cuba, pero Prío me pidió que me quedara pues se preparaba
un golpe para el 4 de enero. Con ese objetivo ya Tony Varona se
encontraba en La Habana y Aureliano Sánchez Arango viajaba en un barco
rumbo a la isla con armas. Pero Castro se nos adelantó.
Mi hija estaba estudiando. Esperé que terminara el curso para
regresar a Cuba.
¿Cuándo regresó?
A finales del mes de mayo. Las noticias que llegaban a Miami
planteaban que la Revolución era roja. Lo que pude comprobar a mi
regreso.
Nunca he sido comunista. Siempre fui contraria a los comunistas.
Nunca simpaticé con los comunistas. Me enteré de que les habían
quitado las propiedades a mis amigos, a mi familia. Eso me hizo sentir
mal. Me entró un afán, un delirio por derribar el gobierno. Mi hijo me
tuvo que llevar a un psiquiatra.
Me encontró un delirio de culpabilidad. Él me curó, pero yo lo hice
contrarrevolucionario y terminó marchándose para Estados Unidos.
Ya dueña de mi manera de ser y de pensar, quise buscar a alguien
con quién empezar a trabajar en contra de la situación, pues sola no
podía hacer nada. Me puse en contacto con la persona que representaba
a Tony Varona en Cuba, pues este había regresado a Miami. Te estoy
hablando del segundo semestre de 1960.
¿Quién era esa persona?
Albertico Cruz, viejo amigo, de la época de Machado, auténtico de
primera fila que actuaba como coordinador de Rescate.
También hice contacto con el ex coronel Manuel Álvarez Margolles,
que era el responsable militar de dicha organización y empezamos a
trabajar juntos.
¿Qué influencia ejercía Margolles sobre usted?
Mucha. Me subyugaba extraordinariamente su manera de ser.
Sinceramente, cualquier cosa que él me mandara a realizar lo hubiera
hecho.
¿Le dieron alguna responsabilidad?
Me designaron coordinadora femenina, teniendo a Albertina O’
Farrill como responsable de asilar a la gente.
Por esos días Tony Varona me pidió que enviara una persona de
confianza a Miami.
¿A quién se escogió?
Rodolfo León Curbelo.
¿En qué año fue eso?
En febrero de 1961. Dos meses antes de la invasión de Bahía de
Cochinos.
¿Supo lo de la invasión?
León Curbelo ya traía instrucciones al respecto.
¿Quién se lo informó?
Tony Varona. Era miembro del Consejo Revolucionario Democrático. Me
envió una carta en la que me daba instrucciones. Vino el fracaso de la
invasión y tuve que asilar a Mario del Cañal y a otros más.
¿En qué embajada los asiló?
En la de Venezuela.
¿Usted propició la campaña de la Patria Potestad?
Hice correr el rumor de que el gobierno comunista pondría en vigor
el 1 de enero de 1962 una ley mediante la cual todos los niños entre
tres y diez años serían colocados en Círculos Infantiles y que solo se
les permitiría ver a sus padres dos veces al mes.
Los mayores de diez años serían trasladados a otros círculos de
provincias y que ningún menor de edad podría salir de Cuba sin un
permiso especial.
Según dicha ley, el Estado sería el dueño absoluto de los muchachos
y los padres perderían sus derechos sobre los niños y muchos serían
enviados a Rusia. Llegamos a redactar e imprimir una falsa ley del
gobierno revolucionario en este sentido.
¿Por qué lo hizo?
Como una manera de desestabilizar al gobierno y que el pueblo
empezara a perder la fe en la Revolución.
Actitud bastante cínica.
Estábamos en guerra contra el gobierno. En la guerra todo es
permitido.
¿Quiénes eran sus colaboradores?
Mi hermano Mongo, algunos sectores de la iglesia y diversas
amistades.
¿Quiénes intervinieron en el envío de los niños a Miami?
Mi hermano Mongo y yo.
¿Qué nombre le pusieron a esa operación?
Pedro Pan (Peter Pan). Un cuento de hadas en que Pedro Pan condujo
a los niños en un vuelo para lograr una forma de vivir mejor.
¿Cuándo comenzaron la maniobra?
En los primeros meses de 1961. Mi hermano Mongo recibió una carta
del Catholic Welfare Bureau de Miami en la que le planteaban un plan
para sacar niños de Cuba proporcionándonos pasaportes y exenciones
especiales de visa (visa waiver), trasladándolos en aviones
comerciales a Estados Unidos.
¿Quiénes la apoyaban?
Beatriz (Betty) Pérez López, Hilda Feo, Alicia Thomas, Marie
Boisssevant, esposa del embajador de Holanda; el sacerdote Raúl
Martínez, párroco de la Iglesia de Santa María del Rosario; Wanda
Foschini, asistente del embajador de Italia; el embajador alemán, Karl
Von Spretti. En las líneas aéreas contábamos con Ulises de la Vega de
KLM y Julio Bravo de la Pan American. El encargado de estampar los
visados falsos en los pasaportes era Borico Padilla. El más importante
de todos los colaboradores era Penny Powers.
¿Quién era Penny?
Una agente de la inteligencia británica que nos servía de enlace
con la embajada de Gran Bretaña. A través de ella enviábamos y
recibíamos por medio de la valija diplomática de los ingleses las
comunicaciones con monseñor Walsh. Tenía el nombre en clave de
"Kilito".
¿Cómo era el mecanismo?
Para poder abandonar Cuba los niños necesitaban pasaportes con
visas válidas o visas especiales. Dado que no existían relaciones
diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, era prácticamente imposible
obtener visados.
El Departamento de Estado se puso en contacto con mi hermano Mongo
y le comunicó que habían nombrado al sacerdote católico de origen
irlandés Bryan O. Walsh, director de la Diócesis Católica de Miami
como coordinador del programa en Estados Unidos y este estaba
autorizado a firmar las exenciones de visado.
¿De qué manera entraban en Cuba los visados?
A través de contactos diplomáticos.
¿Cómo sabían la numeración que les correspondía?
Recibíamos todos los números de pasaporte y visado desde Estados
Unidos por radio. Sintonizábamos la radio en la frecuencia modulada y
escuchábamos una canción codificada.
¿Qué canción?
Si ponían Granada, significaba que no había mensaje alguno, pero si
escuchábamos el solo de violín de Jascha Heifetz, quería decir que a
continuación venía una voz contando de uno a diez, entonces daba una
larga sucesión de combinación de números que descodificábamos lo mismo
Mongo que yo de un libro secreto que contenía las claves. En esta
operación a veces intervenía Iván Ledo, persona de toda nuestra
confianza.
Con los visados en su poder, ¿qué hacían?
Una vez que los recibíamos los uníamos al pasaporte. Ese trabajo se
hacía entre el mediodía y las tres de la tarde en el porche de la
residencia que tenía tío —Ramón Grau San Martín— en Quinta Avenida y
calle 14, en Miramar.
A través de individuos de nuestra confianza hacíamos llegar los
pasaportes a otra persona en la cadena de distribución que a su vez
los pasaba a otro intermediario. Existían cinco o seis escalones de
repartición de pasaportes. Solo se podía conocer a una persona en cada
nivel.
¿Los norteamericanos llevaban algún récord?
Cuando la gente llegaba a Miami le preguntaban: "le cobraron o no
le cobraron". Si decían que la visa les había costado algún dinero,
nos lo informaban. Confirmábamos. A la persona que nos la había
solicitado más nunca le volvíamos a resolver el problema. Le
cerrábamos las puertas.
¿Qué otro contacto mantenían en los Estados Unidos?
Para el correo era Margarita de la Riva, en la calle Calatrava y
Coral Gables, un suburbio de Miami.
¿Recibían ayuda económica?
El padre Walsh nos enviaba fondos mediante órdenes de pago que eran
envueltas en celofán para que pareciera un paquete de cartas de juego.
¿Hasta cuándo duró?
Hasta 1962. Al producirse en octubre la Crisis de los Cohetes el
gobierno norteamericano canceló todos los vuelos procedentes de Cuba.
¿Cuántos niños sacaron del país?
Alrededor de 14 000.
¿De qué edad?
Todos menores de 18 años.
¿Los padres se iban con los niños?
Los enviaban solos.
¿A familiares?
La mayoría no tenía parientes en Estados Unidos.
¿Bajo qué protección?
Eran colocados en casas de crianzas y campamentos a lo largo de los
Estados Unidos, bajo el patrocinio de la comunidad católica
norteamericana.
¿Cómo la reclutó la CIA?
A través de Norberto Martínez. No solo a mí, sino también a mi
hermano Mongo. Esto ocurrió en las primeras semanas de 1962.
¿Quién es este señor?
Médico. Había sido director del hospital de Mazorra en el gobierno
de mi tío Grau. Había trabajado en Pinar del Río durante las campañas
electorales. Estaba casado con un familiar de Juan Antonio Rubio
Padilla, que eran como mis hermanos.
Norberto entró de forma clandestina en Cuba procedente de los
Estados Unidos. Estaba en apuros. Su hermano Israel, que estuvo preso
y se fue hace poco, me habló de la presencia de Norberto y la
necesidad que había de esconderlo. Y lo escondí.
¿En qué lugar?
En la parte de atrás de la casa, en que Mongo tenía el negocio de
la lechería. En dicho lugar teníamos vajillas de plata y otras
pertenencias de valor que dejaban mis amistades cuando abandonaban
Cuba para que se las guardara hasta que se cayera la Revolución.
¿Tuvo éxito la misión de Norberto?
Fracasó. Prendieron a dos de sus acompañantes y ocuparon las armas
que habían introducido en el país. Después lo sacamos
clandestinamente.
¿Qué actividades le encomendó la CIA?
Mandar información.
¿De qué tipo?
De todo tipo. En especial militar y económica. Por ejemplo, si Cuba
compraba unos ómnibus a Inglaterra, se lo comunicábamos a los
americanos y ellos impedían la venta de piezas de repuesto.
Creé una red de mujeres en la mayoría de las provincias que
recolectaba información. También escondíamos perseguidos, asilábamos,
recogíamos dinero y transportábamos alzados. Algunas no sabían de mi
existencia. Mucho menos que yo era la jefa. Me manejaba con la
necesaria discreción.
¿Recuerda algunos nombres?
Queta Meoqui, María Dolores Núñez, una señora llamada Aurelia, con
los años he olvidado su apellido. Buena amiga mía. Era mujer de un
senador auténtico por Camagüey. Así como Mario del Cañal.
La persona de mi mayor confianza era María Horta. Ella se pudo ir
del país. Yo no sé por qué la Seguridad del Estado no la arrestó.
Cuando caí presa estaba aquí, pero se fue en un avión tranquilamente.
Sin embargo, cayeron otras mujeres que no tenían tanta importancia.
Reconozco que la Seguridad es una de las cosas mejor organizadas
que tiene el gobierno pero ahí tuvieron un fallo. No prendieron a la
mujer que era precisamente la clave.
¿Nunca se le ha ocurrido pensar que la Seguridad del Estado haya
dejado ir con toda intención a María Horta?
Nunca lo había pensado.
¿Por qué nombre usted era conocida?
Mis viejas amistades solían llamarme Polita. Los otros, Hilda o
Isabel.
¿Pensó que los norteamericanos lograrían su libertad?
Al principio sí. Después me fui decepcionando de ellos. Tanto les
servimos y a ninguno nos sacaron.
¿Fueron ingratos?
Seguro que lo fueron. Aunque ellos decían que trabajábamos bajo
nuestro propio riesgo.
¿Usted intervino en la preparación del asesinato de Fidel Castro?
Fueron instrucciones que recibí de la CIA.
¿Cómo se haría el atentado?
Por envenenamiento mediante unas pastillas tipo aspirina que me
enviaron de Miami.
¿Cómo le llegaron?
Me las mandó Tony Varona con León Curbelo.
¿En qué venían?
En un pomo corriente de aspirinas Bayer.
¿De qué color eran?
Blancas.
¿Qué hizo con ellas?
Le di el pomo a Herminia Suárez para que lo guardara.
¿Por qué a ella?
Su casa era la que nos servía de contacto con la gente de Rescate y
con el grupo de Carlos Guerrero, viejo amigo mío.
¿Qué hizo con las "aspirinas"?
Cruz, Margolles y yo acordamos repartirlas entre colaboradores que
teníamos en la red gastronómica. No había pasado mucho tiempo cuando
un amigo diplomático solicitó verme.
¿De qué embajada?
España.
¿Cómo se llamaba?
Alejandro Vergara.
¿Qué quería?
Me hizo entrega de una carta de Tony Varona y de unas cápsulas que
me enviaba la CIA.
¿Qué decía en la carta?
Explicaba que estas cápsulas eran más efectivas para el asesinato
de Castro y la manera de emplearlas.
¿Qué contenían?
Un veneno mortal preparado en los laboratorios de la CIA. Eran unas
cápsulas líquidas sin sabor. Hacían efecto en el organismo entre las
12 y 24 horas después de haber sido ingeridas, además, no dejaban
huella alguna.
¿Cómo las repartió?
Entregué varias a Manuel de Jesús Campanioni que había sido "dealer"
en el cabaret San Souci, quien las distribuyó entre trabajadores
gastronómicos de su confianza.
Estábamos fascinados con las cápsulas. Al ver que pasaba el tiempo
y no ocurría nada, a alguien —creo que fue a Matamoros— se le ocurrió
que también podíamos tratar de envenenar a algún dirigente, un "peje
gordo", para que Castro fuera al sepelio y en él hacerle un atentado.
Teníamos gente y armas para realizar la acción. Pedimos autorización a
la CIA para aplicar esta variante. Respondieron afirmativamente.
Con esta intención llevé una cápsula a un joven que trabajaba en la
cafetería El Recodo. Pero no lo encontré. El muchacho se había ido del
país.
En medio de toda esa situación detuvieron a Margolles. Lo
sometieron a juicio y lo fusilaron. Él era el alma de Rescate. Cruz
era el coordinador pero el hombre de acción, el militar, era Margolles,
y al morir este, todo vino abajo.
¿Qué hizo con las cápsulas?
También se las di a Herminia Suárez para que me las escondiera en
su residencia. Hasta que me las pidió el doctor Carlos Guerrero.
¿Cuál fue el destino final de las cápsulas?
En esos años trabajaba en la cafetería del hotel Habana Libre, uno
de los lugares que solía visitar Castro, un dependiente llamado Santos
de la Caridad Pérez Núñez, quien recibió de manos de Campanioni dos
cápsulas con las instrucciones precisas de utilizarlas contra el
Primer Ministro.
¿Para dónde las llevó Pérez Núñez?
Las guardó en su taquilla de empleados en el hotel. Posteriormente
situó una en la nevera de helados de la cafetería.
¿En qué parte de la nevera?
En el interior de la compuerta del medio, entre unos tubos que
sirven de conducto para el gas freón.
¿Qué sucedió?
Una noche de marzo de 1963 llegó Castro a la cafetería. Como era su
costumbre pidió un batido de chocolate. Santos de la Caridad estaba
trabajando. Se dirigió al congelador para coger la cápsula y echársela
en el batido a Castro.
Al ir a extraer la cápsula, esta que se había pegado al frío, se
reventó. Cuando me contaron aquello para mí constituyó un verdadero
milagro. No sé si deba hablar de esto. Nunca lo he comentado con
nadie.
¿Qué no ha comentado con nadie?
Bueno, es que nosotros durante años habíamos estudiado todas las
variantes. La CIA, incluso, había analizado cualquier imprevisto. Pero
a nadie, absolutamente a nadie, se le ocurrió pensar que la cápsula
pudiera endurecerse en el frío y que al cogerla se reventara.
Esto que te voy a confiar no disminuye la profesionalidad con que
trabajó la seguridad cubana contra nosotros. No por derrotada voy
ahora a negar a mis enemigos.
En prisión conocí de otros casos, de otros intentos de atentado
también fracasados, a veces incluso por cambios de horario, por
insignificancias, por inspiraciones del propio Castro que nadie ha
podido nunca explicar. Al parecer, la providencia está de su lado.