| General de Cuerpo Ejército Rigoberto García 
          Fernández  No es cambiar por 
          cambiar En su juventud, sus amigos peloteros lo 
          bautizaron como "El Ciclón de Calá". Excelente corredor, no respetaba 
          el brazo de ningún receptor. En cada juego se robaba varias bases. 
          Hoy, a los 74 años, el General de Cuerpo de Ejército Rigoberto García 
          Fernández, mantiene sus ímpetus juveniles, pero como es lógico, con 
          una mayor experiencia. Nadie lo llama por su nombre. Todos le dicen 
          Rigo. No fue fácil de agarrar para esta entrevista; cuando lo logré me 
          encontré frente a un hombre afable pero sobre todo sincero; de esos 
          que no tienen pelos en la lengua. Este laborioso militar muestra en su 
          pecho con orgullo la medalla de Héroe del Trabajo de la República de 
          Cuba. Su mayor satisfacción es la extraordinaria labor que está 
          realizando el Ejército Juvenil del Trabajo (EJT). Si ayer Rigoberto 
          García fue el "Ciclón de Calá", hoy las fuerzas bajo su mando, se han 
          convertido en el "Ciclón de la Agricultura". Si alguien lo duda, puede 
          preguntárselo a la población. LUIS BÁEZ  
           —¿Usted 
          es oriental? —Sí. Nací en Vicana, una finca ganadera que estaba entre Media Luna 
          y Niquero. Pertenecía a mi padre en sociedad con varios de sus 
          hermanos. Era la época en que gobernaba Gerardo Machado.  Cuando tenía siete años nos mudamos para la colonia Calá en el 
          central América. Al viejo lo nombraron mayoral de una finca de Fico 
          Fernández Casas.  Fui a una escuela de maestros rurales. Recuerdo que por cualquier 
          cosa el profesor nos pegaba con una regla. Le teníamos más terror que 
          cariño.  Terminé la primaria y pasé a Contramaestre a estudiar la 
          preparatoria para el bachillerato, que hice en La Habana.  —¿En qué Instituto?  —En el del Vedado.  —¿Lo terminó?  —Lo dejé en el cuarto año. No por razones económicas, sino porque 
          no veía que esa fuera la solución de mi futuro. Mis notas nunca fueron 
          de 100 pero eran aceptables. Regresé a Oriente.  —¿Cómo lo recibió su padre?  —Mal. Eso me costó con el viejo tremendo problema. Le di un gran 
          disgusto.  Como buen español, quería que sus hijos tuvieran una carrera. Me 
          entregó una guataca y me puso a sembrar. A los tres meses me pasó a 
          trabajar en una tienda de su propiedad. Además de mayoral, tenía 
          negocios de reses, puercos..., sembraba de todo.  —¿Cuál era su entretenimiento favorito?  —Ninguno en especial. No era fanático de la pelota. Sin embargo, la 
          jugaba. Llegué a participar en desafíos de exhibición contra los 
          Cubans Sugar Kings en Oriente.  Intervine en campeonatos "semipro" que se celebraban entre 
          centrales en la provincia oriental.  Era una pelota muy fuerte. Desempeñaba el left field y la tercera. 
          Siempre bateé sobre los 300 y tenía buen brazo.  Incluso Joe Cambria, que era scout de los Senadores de Washington, 
          equipo de Grandes Ligas, quiso firmarme. No acepté. No soportaba el 
          inmenso calor ni el rigor de las prácticas. Eso me enfermaba. Me 
          parecía que era como cortar caña.  Al igual que mis tres hermanos tuve una juventud feliz. Nada nos 
          faltó desde el punto de vista económico.  —¿En qué momento se iniciaron sus preocupaciones sociales? 
           —Cuando regreso de La Habana ya comenzaron algunas de mis 
          inquietudes sociales.  No te voy a decir que pensé ser comunista, que todo había que 
          repartirlo, de la necesidad de la igualdad.  Me parecía que eso era imposible. Jamás imaginé que pudiéramos 
          contar con un Estado Socialista como el que tenemos.  Quizás en mi interior me preocupaban las desigualdades. No me 
          gustaba tener dos pares de zapatos pero los tenía.  En los pueblos de campo se veían mucho más los abusos que en la 
          capital. Los guardias eran temidos.  Al lado de casa vivía un sargento. Le decían el Sargento Chichí. Un 
          mulato muy gordo.  Cuando hacía algo mal, mis padres me amenazaban con el Sargento 
          Chichí. Todas esas cosas fueron formando mi personalidad.  —¿Perteneció a algún partido político?  —Jamás. Aunque tenía mis simpatías hacia Eddy Chibás. Era un 
          ortodoxo sin filiación.  La primera y única vez que acudí a un mitin fue en Santiago de Cuba 
          para escuchar a Chibás. Desconfiaba de los políticos.  —¿Cómo reaccionó ante el golpe militar del 10 de marzo de 1952?
           —A los pocos meses me incorporé a una célula que dirigía Ramón Paz 
          y donde militaban otros muchachos de Contramaestre. Eso fue antes del 
          ataque al Cuartel Moncada. Hicimos algunos sabotajes ligeros, como 
          derribar el tendido de la luz.  Soy fundador del 26 de julio en Contramaestre. El jefe era un 
          periodista —comentarista deportivo—, llamado Eliodoro Rosabal. Murió 
          hace pocos años con el grado de coronel. Cuando Rosabal tiene que irse 
          para la Sierra paso a Jefe de esa célula.  En febrero de 1958 recibo la orden de esperar la huelga de abril en 
          el campo. Al fracasar, vuelvo a la ciudad y viajo a la capital.  —¿Cómo se movió en La Habana?  —Vestido de cura. El Movimiento me había dado una sotana. Con el 
          mismo pelado que tengo ahora me moví algunos días por La Habana.  El regreso a Oriente lo hice en una guagüita pequeña que abría por 
          detrás, al igual que el Niva. Ibamos por la carretera Central. Al 
          llegar a San José de las Lajas nos paró el ejército para registrarnos.
           Me bajé y abrí la puerta trasera, pero cuando la levanto el guardia 
          se inclinó y le di un golpe en un ojo.  Pensé: "ahora sí me jodí". Saqué el pañuelo y el guardia me dice: 
          "no se preocupe, padre".  Al llegar a las Tunas me quité la sotana. En el jeep de un amigo 
          seguí hasta mi casa. El 5 de mayo de 1958 marché rumbo a la Sierra 
          Maestra.  —¿Cómo reaccionó su familia cuando conoció la decisión?  —Todo el mundo se opuso. Yo tenía pasaporte y querían que me fuera 
          para los Estados Unidos.  No me fue fácil irme para las montañas. Me fui por mi propia 
          convicción.  —¿Llevó algún arma?  —Una pistola.  —¿Cuál fue el primer jefe rebelde que se encontró?  —Con Juan Almeida, en Mompié.  —¿A qué tropa se incorporó?  —A la de Ramón Paz. Al morir este en el combate de Providencia, 
          paso a la de René Ramos Latour (Daniel), quien pierde la vida al final 
          de la ofensiva. Después me ponen a las órdenes de Braulio Coroneaux.
           —¿A Fidel cuándo lo vio?  —En varias oportunidades. Una vez estaba en la tiendecita de La 
          Plata con Fidel Vargas y Alvis Ochoa. Habíamos cogido un poquito de 
          azúcar pues teníamos tremenda hambre.  En eso llegó Fidel y pensé que cuando se enterara de lo del azúcar 
          nos íbamos a buscar tremendo problema. Afortunadamente, no lo supo.
           Al vernos nos pidió que colocáramos unos blancos, pues quería 
          probar unas armas que le acababan de llegar. En otra ocasión lo vimos que venía con un grupo de rebeldes y una 
          persona sin barba.  Después supimos que se trataba de Evaristo Venéreo, quien había 
          subido a la Sierra para asesinarlo.  Se le cogió preso, juzgó y condenó a muerte. Participé en unión de 
          Vargas y Ochoa en el pelotón de fusilamiento que dirigió Humberto 
          Rodríguez.  Una noche íbamos para el combate de El Salto. Dicen que estaban 
          repartiendo frijoles de lata que se le habían cogido a los guardias. 
          Me pongo en la cola y cuando tocó mi turno, me llevo la sorpresa de 
          que Fidel los estaba sirviendo.  —¿Qué hizo al terminarse la ofensiva?  —Ahí tuve la primera conversación personal con Fidel. Me comunicó 
          que había sido nombrado Teniente.  Me entregó varias armas, en su mayoría Garand y San Cristóbal para 
          el personal.  También puso bajo mi mando a nueve compañeros y soy incorporado a 
          la columna de Almeida, pero bajo las órdenes de René de los Santos.
           Esa columna iba a operar por la zona donde yo vivía. Aún no había 
          salido de La Plata.  Entonces se me metió en la cabeza pedirle a Fidel que me diera 
          permiso para ir a ver mi familia en el central América.  Lo fui a ver. Se encontraba acostado en una hamaca leyendo. Al 
          llegar me tropiezo con Celia Sánchez y le digo que lo quiero ver y le 
          explico lo que le voy a plantear. Celia me respondió: "¿Cómo un 
          pase?". Ella fue y habló con Fidel. Cuando regresó me trajo la 
          respuesta: "No". Me fui de lo más triste pero no me desanimé. Volví y 
          lo pude ver.  —¿Le dio el permiso?  —Sí. Pero con la condición de que fuera acompañado. Pienso que ese 
          fue uno de los pocos pases que se dio en la Sierra Maestra.  —¿Cómo fue el encuentro con su familia?  —Tremendo. Ya llevaba un año fuera. Llegué de noche. Cuando me 
          encontraba a menos de cien metros, los perros dejaron de ladrar y 
          empezaron a morderme con cariño.  Toqué la puerta. Me abrió mamá. Al verme se dio tremendo susto. Le 
          dije que era yo. Salieron papá y mi mujer. Empezó todo el mundo a 
          llorar. No concebían que fuera yo.  —¿Cuándo se reintegró a la guerrilla?  —A los tres días. Me reincorporé a la columna de Almeida que ya 
          había llegado a la zona del III Frente.  —¿Qué tarea le asignaron?  —En El Gato Almeida empezó a distribuir los pelotones. A mí me 
          destacaron en una zona entre El Cobre y Palma.  Todos los escopeteros que operaban en ese lugar se me subordinaron. 
          En esa ocasión me ascendieron a Capitán.  —¿Dónde lo sorprendió el triunfo revolucionario?  —El 1ro. de Enero estaba designado para entrar en Santiago de Cuba 
          por la parte donde está El Ranchón.  Ahí se encontraba Antonio Domínguez Games, un Comandante de Batista 
          que tenía alrededor de seiscientos hombres.  Por intermedio de Electra Fernández, del Movimiento 26 de Julio en 
          Oriente, hicimos contacto con este militar y logramos que se 
          entregara. Después fuimos citados por Raúl Castro a una reunión en el 
          Moncada.  —¿Ya lo conocía?  —Sí. Una noche del mes de septiembre me tropecé con él en el cruce 
          de la carretera entre Palma y Melgarejo; viajaba en un Toyota 
          descapotado.  Venía acompañado de Jorge Serguera (Papito) quien me lo presentó. 
          Fue un encuentro rápido.  —¿Qué se trató en la reunión del Moncada?  —Raúl transmitió una serie de órdenes y comunicó para dónde iríamos 
          cada uno de nosotros.  Desde mi incorporación en la lucha insurreccional, Fidel, Raúl y 
          Almeida han jugado un papel principal en mi formación como 
          revolucionario, y durante este mismo periodo he tenido la posibilidad 
          de tener a mi esposa Mirna, acompañándome en los momentos más 
          difíciles de la guerra y en las múltiples misiones asignadas, esto ha 
          constituido un apoyo vital para mi trabajo y en la formación de mi 
          matrimonio con más de 50 años.  —¿A usted dónde lo mandaron?  —Para La Habana. Me situaron en el Departamento de Investigaciones 
          del Ejército Rebelde (DIER) bajo el mando de René de los Santos.  Estuve muy poco tiempo. Después pasé para el Quinto Distrito y de 
          ahí para Las Villas.  —¿De qué?  —Jefe de División. Estaba ubicada en Sagua la Grande. Los tres 
          meses que estuve me los pasé prácticamente persiguiendo a los alzados 
          del Escambray, hasta que me trasladaron para Cienfuegos y 
          posteriormente en 1975 viajo a Moscú.  —¿Con qué objetivo?  —A pasar un curso en la Academia Superior de Guerra Voroshilov. 
          Años anteriores había estado en el Curso Académico Superior (CAS).  —Al regreso, ¿para dónde va?  —Jefe de Operaciones del Cuerpo de Ejército en Camagüey. Luego 
          vuelvo a Cienfuegos y a los doce meses soy designado Jefe de la Cuarta 
          División radicada en Remedios.  En una oportunidad fue seleccionada como la mejor División del 
          país.  A los tres años, paso en la capital un nuevo curso militar y al 
          finalizar me nombraron Jefe de Preparación Combativa del MINFAR. 
          Estaba subordinado a José Ramón Fernández quien era el viceministro de 
          Instrucción. De ahí soy designado Jefe del Ejército Juvenil del 
          Trabajo (EJT).  —¿En qué año?  —En 1977. Ya llevo 29 años en el cargo.  —¿Qué fue lo primero que hizo?  —Oír y analizar. En esos momentos el EJT era simplemente una fuerza 
          de apoyo, cuya única responsabilidad consistía en ayudar a las demás 
          instituciones; pero no participábamos en los planes, ni sembrábamos, 
          ni distribuíamos, nada. Eso me chocaba.  
           Desde 
          su fundación en 1973 el Ejército Juvenil del Trabajo ha tenido una 
          importante participación en las labores de la caña. En aquellos momentos existían fuerzas en la pesca, la agricultura, 
          el transporte, la construcción, el azúcar. Había unos ochenta mil 
          hombres distribuidos en todo el país.  No teníamos responsabilidad total de la actividad. De los errores y 
          fracasos, sí. Inmediatamente nos echaban la culpa.  Prácticamente éramos huérfanos. Me di a la tarea de buscar 
          responsabilidad. Venía por una carretera y me tropezaba con diez, 
          quince camiones llenos de militares. Averiguaba. Era un batallón que 
          estaba en un lugar. Les dijeron que ya no hacían falta y lo mandaban 
          para otro sitio.  Eso ocurría constantemente. Por ejemplo, un batallón se encontraba 
          cortando caña en un municipio, las autoridades de allí, de repente se 
          lo llevaban. Todo eso se hacía sin contar con nosotros.  Recuerdo que le preguntaba a un secretario del Partido si el 
          batallón le hacía falta, y me respondía que sí; pero siempre me 
          quedaba con la preocupación de que al mes siguiente lo trasladarían 
          para otro lugar.  Solo cortábamos la caña y mal cortada. No teníamos nada que ver con 
          tirarla, alzarla y darle el proceso inicial. Tampoco a la hora de 
          sembrarla, limpiarla. No se reconocía el trabajo. Había un estado de 
          opinión muy desfavorable.  Solo la necesidad de esta fuerza es lo que justificaba que el 
          Partido la aceptara, pero hablaban mal de ella.  También muchos padres estaban en desacuerdo en que sus hijos 
          ingresaran en el Ejército Juvenil. Si a mí me amenazaban con el 
          "Sargento Chich", a muchos jóvenes lo amenazaban con el EJT.  —¿Cómo fue cambiando ese estado de opinión?  —Nos dedicamos a buscar la permanencia, confianza, asegurando zonas 
          fijas y teniendo responsabilidad en la actividad.  Empezamos a lograr que no se movieran las fuerzas. La gente comenzó 
          a tener confianza y nos fuimos ganando el respeto de la población.  Todo ese estado de opinión fue cambiando poco a poco. Comenzamos a 
          darle al soldado los mismos derechos que tenía un civil.  Si el civil se ganaba un vehículo y el militar tenía las aptitudes 
          y condiciones, también se le otorgaba.  Algunos me decían: "¿Cómo le vas a dar a un muchacho de dieciocho 
          años una moto?". "¡Cómo no se la voy dar si se la ha ganado! ¿Qué 
          quieren: esperar a que no vea?."  En esa época se premiaba con viajes a los países socialistas. 
          También conseguí que los incluyeran.  Tuvimos serios opositores. Después de mucho pelear logramos que los 
          militares tuvieran los mismos derechos que los civiles. Todo fue 
          cambiando poco a poco.  Me ayudó mucho para poder ganar esta batalla, tener la comprensión 
          y el apoyo de Fidel y Raúl.  —¿Ha tenido errores?  —Sí. Como todo el que trabaja, he cometido errores. El 21 de abril 
          de 1987 fui seriamente criticado por el Ministro de las Fuerzas 
          Armadas Revolucionarias.  He sido de los pocos jefes a quien Raúl le ha llamado la atención 
          en público severamente.  No voy a decir que me gustó. A nadie le gusta que lo critiquen 
          duramente. No soy masoquista, pero comprendí la justeza de lo 
          planteado. Sabía que él tenía razón.  —¿Cuál fue la causa?  —Errores de dirección. Pensaba que todo lo estaba haciendo bien. 
          Eso me ayudó y mejoré mis métodos de trabajo.  —¿Cómo han sido sus relaciones con Raúl?  —Muy buenas. Siempre me ha demostrado un gran cariño al igual que a 
          mi familia. Esa es una constante en él con todos los compañeros.  Siempre he dicho que Raúl es un limpia-parabrisas en la Revolución. 
          El limpia-parabrisas, cuando llueve, lo que hace es quitar el agua 
          sucia para que veas y él ayuda a eliminar toda la basura que pueda 
          afectar al proceso revolucionario.  —¿A qué se debió la mejoría en la producción del EJT?  —Después de adquirir una serie de conocimientos, determinamos que 
          la forma de trabajo que estábamos empleando nos llevaba al fracaso.
           Comenzamos a crear. Hicimos cronogramas, programaciones semanales, 
          planificación integral, cambiamos el sistema de salario, redujimos el 
          indirecto, dejamos en lo mínimo el aparato improductivo.  Nunca hemos hecho cambios de las normas técnicas, de los 
          reglamentos, de la agrotecnia. Estos lineamientos están bien. Lo que 
          hay es que aplicarlos correctamente.  También hemos fracasado en algunas experiencias. Hemos tenido que 
          volver atrás y mantener la que ya teníamos.  Nuestras principales líneas de trabajo son, la caña, los cultivos 
          varios y el café y asimismo la tarea encomendada por el Comandante en 
          Jefe de la lucha antivectorial.  En nuestras actividades ya se están viendo los resultados de los 
          cambios que hemos aplicado.  —¿En qué han consistido esos cambios?  —En el método de realizar la actividad: hicimos bloques, que es 
          nuestro sistema de organización. Eso es lo que le corresponde al EJT.
           —El bloque, ¿qué papel desempeña?  —El bloque tiende a la especialización de los hombres, lo cual da 
          más calidad, más producción y menos esfuerzos. Nosotros, a diferencia 
          del ministerio —y no de la agricultura estatal, porque nadie debe 
          tener dudas de que el EJT también es ciento por ciento agricultura 
          estatal—, tenemos bloques de tractores, de bueyes y de hombres.  Eso nos permite tener una mejor dirección, más disciplina, más 
          control y más eficiencia en los aseguramientos que a ellos 
          corresponde.  El bloque es un sistema de trabajo donde agrupamos a los hombres, 
          pero no lo hacemos burocráticamente, sino que los unimos en función de 
          sus posibilidades productivas, y teniendo muy en cuenta las 
          características y recursos a explotar en un área.  Dentro de esa política de cambio también empezamos a ahorrar 
          combustible. Actualmente gastamos menos del cincuenta por ciento del 
          combustible. Hemos limpiado las empresas de todo lo innecesario.  Nuestra política ha sido siempre el ahorro. Cuando a finales de la 
          década de los 90 tuvimos, por ejemplo, el plan citrícola de Jagüey 
          redujimos alrededor de cuatro mil trabajadores indirectos. También se 
          disminuyeron los gastos, los consumos y logramos aumentar conside-rablemente 
          la producción en menos hectáreas que en años anteriores.  En la caña estamos aplicando el corte de seis y ocho surcos. Eso es 
          lo que prefieren los macheteros. El esfuerzo no define el surco.  Cuando hablamos de cambiar métodos es para buscar más economía, 
          eficiencia, más rendimiento por hectárea y por caballería. No es 
          cambiar por cambiar.  El sistema organizativo para el corte manual de la caña, llevando 
          la pareja del machetero 6, 7 u 8 surcos y no 4 como tradicionalmente 
          se ha realizado, proporcionó ventajas en los resultados económicos de 
          esta labor en el EJT, reduciendo la compactación del terreno, como 
          resultado del efecto que ocasionan los equipos que participan en el 
          alza y el tiro de la caña, así como disminuye entre un 20 y un 30% los 
          gastos de motorrecursos y combustibles en la realización de esta 
          actividad.  —¿Emplean civiles?  —El número de civiles bajo la dirección del EJT aumenta por días. 
          Más del 60% de los responsables de las granjas que dirigimos son 
          civiles.  En la jefatura de este Ejército trabajan alrededor de ochenta 
          personas, antes había mil ochocientas.  En las divisiones ha pasado lo mismo. De ochocientos, novecientos 
          efectivos, han quedado cuarenta, sesenta. En el trabajo directo 
          tenemos aproximadamente 30 000. En oficinas, tenemos menos del 9%.  El militar cuesta mucho más que el civil. El que más cuesta es el 
          movilizado. Emplear civiles de la zona es lo más económico. Eso es lo 
          que estamos desarrollando con éxito.  —¿De qué manera?  —Con pagos diarios, semanales o quincenales. Lo que ellos 
          prefieran. Bajo rendimiento se paga poco. Alto rendimiento se paga 
          alto. Eso nos está dando muy buen resultado.  Todo el mundo está a favor del mayor incremento. La gente quiere 
          cobrar más.  —¿Cuáles son los principales resultados del EJT?  —Los principales resultados productivos que ha tenido nuestra 
          institución, se pueden enmarcar en:  •Desde su fundación en 1973 hasta la zafra que acaba de terminar, 
          las fuerzas del EJT han cortado más de 15 000 millones de arrobas de 
          caña.  •La cosecha de más de 10 millones de latas de café.  •La producción de más de 31 millones de quintales de viandas y 
          hortalizas.   En los últimos cinco años se han vendido en los mercados del 
          EJT más de mil millones de pesos.  —¿Cómo son las relaciones con la Dirección de la Agricultura?
           —Con la actual dirección son muy buenas. Existen algunas 
          incomprensiones con delegaciones y empresas.  —¿Cuál es el talón de Aquiles de la agricultura?  —Es necesario cambiar el sistema de normas. Las normas son un 
          freno. Hay quien las cumplió a las diez de la mañana y no trabaja más. 
          Hay que pagar por unidad. Cuantas unidades realices así te pago. Pagar 
          por el valor de la unidad.  
           El 
          General de Cuerpo de Ejército Rigoberto García Fernández, con el 
          Ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias . Al hombre que trabaja hay que pagarle. Hay que buscar la forma de 
          estimularlo. No se puede pagar igualmente al que trabaja directamente 
          en la producción, que al que labora indirectamente.  También hay que darle facultades a los que dirigen a niveles 
          inferiores, al igual que a las UBPC, para que sean ellos lo que 
          decidan que es lo que se va a hacer.  Hay que dar orientaciones elementales. Hay que poner límites 
          máximos y mínimos. No se puede regirlo, instituirlo todo. Hay que 
          sembrar papa porque sí. Hay que buscar opciones. Aprovechar la 
          experiencia. Qué es lo mejor que se da en esa tierra. No se puede 
          sembrar nada que no se venda.  Tengo pruebas de que me opuse a sembrar las caballerías de col que 
          me quisieron imponer.  Aún sembrando una cantidad inferior he tenido problemas con su 
          venta, al igual que con la zanahoria y la remolacha.  A veces saturamos con productos que la población tiene poco hábito 
          de consumo y no se venden. Hay que hacerle el hábito y sembrar lo que 
          se vende.  El escalonamiento que existe entre el Ministerio y el hombre que 
          trabaja la tierra es muy grande. Hay muchos escalones. Hay que 
          simplificarlos.  Mientras más escalonamientos tengas, más tarde llegas. Además de 
          ser altamente costosos, son frenos. Llegar abajo con tantos obstáculos 
          no es fácil.  Hay mucho anquilosamiento, estado de conformidad. No existe una 
          filosofía económica.  Si estos factores en la agricultura no se resuelven, seguiremos con 
          los mismos problemas.  Indiscutiblemente que hay cambios favorables en la agricultura, 
          pero aún así si no se hacen estas cosas no saldremos adelante, porque 
          los viejos mecanismos persisten.  —Se emplea mucho la justificación...  —Es una constante. La justificación no resuelve nada. Es un arma 
          altamente peligrosa.  Hay quienes con la justificación lo que quieren es resolver la 
          insuficiencia. Siempre buscan una adecuada y hábil justificación. Lo 
          que hay que buscar es una adecuada, una hábil solución. No podemos 
          estar con esa espada de Damocles que si llueve, si no llueve. En el 
          Sahara no llueve nunca y tienen un sistema de producción. En el 
          Amazonas llueve todos los días y también hay su sistema.  Aquí mismo en Cuba existen sitios que caen mil milímetros de lluvia 
          al año y en otros menos. Esa es la realidad. Ante esa situación lo que 
          hay es que planificar.  La lógica indica que debemos cambiar algunas cosas de las que se 
          están haciendo en la agricultura.  —¿Cómo ve el mercado agropecuario?  —Abrir los mercados agropecuarios fue una buena idea. Ahora el 
          problema radica en buscar precios que estén al alcance de la 
          población.  No existe una contrapartida. El Estado está representado en un por 
          ciento bajo. Es necesario que compita con una mayor producción. 
          Tenemos que producir más. A mayor producción, al existir la 
          competencia, los precios bajarían.  — ¿Tiene algo de qué arrepentirse?  —Me sorprende la pregunta. Pensándolo bien, puedo decir que no 
          tengo nada de que arrepentirme.  La vida me ha proporcionado honores que no esperaba. Si volviera a 
          nacer haría lo mismo que he hecho hasta el día de hoy. Solo que lo 
          haría mejor. |