GIRÓN el primer capítulo de nuestra resistencia
( I parte)
Granma comenzará a
publicar a partir de hoy una serie de trabajos sobre las agresiones
armadas y las actividades terroristas promovidas contra Cuba por el
Gobierno de los Estados Unidos desde mediados de 1958 en medio de la
lucha guerrillera contra la dictadura de Fulgencio Batista y hasta
desembocar en la invasión mercenaria de Playa Girón. En las
páginas que siguen no se pretende agotar el catálogo de
modalidades de agresión ni mucho menos la cronología de todas las
acciones emprendidas por el Gobierno de los Estados Unidos y sus
agentes oficiales y oficiosos contra Cuba y la Revolución Cubana en
estos cuarenta y siete años de verdadera guerra sucia contra
nuestro pueblo. Son tantos miles y miles de agresiones que sería
imposible enumerarlas en espacio tan relativamente reducido.
Simplemente se han apuntado algunas de las líneas de agresión y
algunos de los casos específicos que pudieran ilustrar el carácter
y el alcance de esa constante política agresiva. Pero los lectores
podrán apreciar en esas narraciones la intensa actividad desplegada
en aquel periodo inicial donde las administraciones de Dwight D.
Eisenhower y John F. Kennedy hicieron lo indecible por aniquilar a
la Revolución y atentar contra la vida del Comandante en Jefe
La característica
general de las relaciones del Gobierno de los Estados Unidos y sus
agencias con Cuba, desde el triunfo de la Revolución Cubana el 1ro.
de Enero de 1959, ha sido la invariable política de hostilidad y la
agresión constante.
Desde la lucha guerrillera en la Sierra Maestra, el Gobierno de Estados Unidos actuó con prepotencia injerencista para tratar de impedir la victoria revolucionaria.
Esta agresión ha
adoptado todas las formas posibles, desde los ataques verbales y las
campañas de difamación hasta la agresión armada directa, pasando
por los intentos de aislamiento político y diplomático, la
subversión, la promoción de sabotajes, los secuestros de aviones y
embarcaciones, las infiltraciones de agentes y las incursiones
piratas, el fomento de bandas contrarrevolucionarias, el asesinato y
los planes de atentados contra dirigentes cubanos, las agresiones
biológicas, los hostigamientos militares, las presiones económicas
y, finalmente, el bloqueo económico y comercial, que dura ya casi
cuarenta y cinco años.
En esta sostenida
campaña contra Cuba, el objetivo estratégico del Gobierno de los
Estados Unidos no ha sido otro que la destrucción de la Revolución
Cubana.
En el arsenal de
recursos puestos en práctica contra nuestro país, siempre han
figurado de manera muy destacada, a lo largo de estos cuarenta y
siete años, las agresiones armadas y las actividades terroristas.
El recuento que haremos
en estos días no es ni mucho menos completo, pero demuestra de
manera elocuente que las más recientes manifestaciones de
terrorismo contra Cuba no son hechos aislados, sino parte de una
política criminal sistemática.
De hecho, los
antecedentes de esa política están presentes en el apoyo material
y moral brindado por el Gobierno de los Estados Unidos a la
dictadura sangrienta y opresiva de Fulgencio Batista. Baste recordar
el sólido respaldo ofrecido al régimen batistiano casi hasta el
último momento, cuando ya los estrategas políticos norteamericanos
se dieron cuenta de que la permanencia del tirano en el poder
perjudicaba sus futuros proyectos de dominación en Cuba. Las
fuerzas armadas de Batista, empeñadas en una cruel y sanguinaria
lucha contra el pueblo y responsables de incontables crímenes, no
dejaron en ningún momento de recibir el apoyo logístico y el
suministro de armas y pertrechos de los Estados Unidos, aun después
del embargo de la exportación de armamentos a Cuba decretado por
razones políticas por el Gobierno de ese país a mediados de 1958.
El asesoramiento militar de especialistas norteamericanos se mantuvo
hasta el momento mismo de la victoria revolucionaria del pueblo.
Fidel, acompañado del doctor Antonio Núñez Jiménez, en el momento de la firma de los primeros títulos de propiedad a los campesinos en mayo de 1959. La Ley de Reforma Agraria fue utilizada como pretexto para recrudecer las agresiones de todo tipo contra la nación cubana.
Durante el último
semestre de la guerra en Cuba, se hicieron cada vez más claras las
manifestaciones de prepotencia injerencista y los intentos de
coacción de las fuerzas revolucionarias, y en particular del
Ejército Rebelde, por parte de las autoridades norteamericanas.
Recuérdense las insolentes declaraciones del vocero del
Departamento de Estado, Lincoln White, a finales de octubre de 1958,
o los desplantes amenazadores al mes siguiente en ocasión del
incidente de la caída de un avión de pasajeros en la bahía de
Nipe.
En los dos casos estaba
presente la amenaza de una intervención de los Estados Unidos en el
conflicto en marcha en Cuba. Pero con lo que no habían contado los
estrategas de Washington era con la firmeza de los revolucionarios
cubanos, como quedó expresada en la respuesta de Fidel a este
segundo intento de amedrentamiento:
Como una
intervención armada perjudicaría tanto a los Estados Unidos como a
Cuba, y sería además una intervención sangrienta, porque
encontraría la más decidida resistencia de nuestro pueblo,
esperamos que Estados Unidos convenga con nosotros en la necesidad
de evitarla a toda costa.
Finalmente, la actitud
contrarrevolucionaria de los Estados Unidos quedó de manifiesto con
los desesperados esfuerzos realizados por las autoridades
norteamericanas durante las semanas finales de la dictadura por
escamotear la victoria de la Revolución, desde los intentos por
persuadir a Batista para que entregara el poder a una junta
cívico-militar hasta la conspiración final del general Eulogio
Cantillo, ejecutada con concurso y el respaldo de la Embajada
norteamericana.
LAS PRIMERAS
MANIFESTACIONES HOSTILES A LA REVOLUCIÓN
Los estrategas de la
política exterior norteamericana recibieron con inocultada
preocupación la victoria del 1ro. de Enero de 1959. El Gobierno de
los Estados Unidos sobrestimó su propia capacidad de maniobra,
subestimó la fuerza de la Revolución, el valor y la dignidad del
pueblo cubano.
Tras este hipócrita saludo, Richard Nixon, entonces vicepresidente de los Estados Unidos, sugirió el derrocamiento de la Revolución.
Los gobernantes
norteamericanos se encontraron de súbito con que ya no contaban con
generales ni tropas para hacer prevalecer sus intereses en nuestro
país. No obstante, disponían en aquellos momentos de un vasto y,
al parecer, irresistible arsenal de medidas para tratar de poner de
rodillas a nuestro pueblo y destruir en última instancia a la
Revolución, derivadas de la férrea dependencia económica,
política, cultural e ideológica de nuestro país en relación con
su inmediato vecino del Norte. No faltaban incluso quienes creían
que Cuba no podría librarse de sus ataduras neocoloniales con los
Estados Unidos, convencidos de que la espesa madeja de esas
relaciones era imposible de romper y del funcionamiento de supuestas
leyes de determinismo geopolítico.
Pero si estos recursos
no bastaban, el Gobierno norteamericano tenía además a su
disposición la capacidad de la Agencia Central de Inteligencia para
fomentar la subversión interna, introducir armas, organizar bandas
contrarrevolucionarias, realizar invasiones mercenarias, promover
sabotajes, llevar a cabo ataques piratas y preparar atentados contra
la vida de los principales dirigentes de la Revolución Cubana.
Quedaba, por último, la posibilidad de una agresión directa, con
la participación de las propias fuerzas armadas norteamericanas.
Apenas se inició la
aplicación de las primeras medidas —el merecido castigo a los
criminales de la tiranía, la confiscación de los bienes robados
por los personeros del depuesto régimen, la disolución del viejo
ejército y demás cuerpos represivos, y el saneamiento de la
administración—, la Revolución tuvo que enfrentarse a las
presiones diplomáticas norteamericanas y a la venenosa campaña de
las agencias de noticias y demás poderosos medios de prensa de
Estados Unidos.
Esto ocurría cuando la
Revolución en el poder aún no había cumplido su primer mes.
Al momento mismo del
triunfo de la Revolución, el 1ro. de Enero de 1959, se produjo el
primer acto de hostilidad por parte del Gobierno de los Estados
Unidos al ofrecer hospitalidad y asilo en el territorio de ese país
a decenas de criminales de guerra que huyeron ese día. Repugnantes
asesinos y torturadores como Esteban Ventura, Pilar García, Orlando
Piedra, Hernando Hernández, Julio Laurent, Lutgardo Martín Pérez,
Ángel Sánchez Mosquera, Rolando Masferrer, Conrado Carratalá,
Merob Sosa, Alberto del Río Chaviano, Leopoldo Pérez Coujil,
Irenaldo García Báez, José María Salas Cañizares y muchos
otros, y desvergonzados ladrones como algunos de los principales
colaboradores políticos del dictador Fulgencio Batista, encontraron
inmediata o posteriormente apacible refugio en los Estados Unidos.
Las justas sanciones dictadas por los tribunales revolucionarios, en aquellas primeras semanas de 1959 contra los criminales de guerra, provocaron las primeras manifestaciones de hostilidad. El Gobierno de Estados Unidos protegió a muchos de aquellos asesinos y quería evitar que se hiciera justicia ante genocidas como este personaje cínico que sembró el terror entre los indefensos campesinos orientales y que fue Sosa Blanco.
En ese país no solo
fueron acogidos como respetables ciudadanos, sino que, a pesar de
las reiteradas demandas formales del Gobierno Revolucionario de
Cuba, el Gobierno de los Estados Unidos se negó, en todo momento, a
permitir la extradición de estos delincuentes comunes aun cuando
estaba en pleno vigor un tratado suscrito a tal efecto por ambos
países.
Algunos de estos
delincuentes viven todavía hoy tranquilamente en la Florida y otros
estados norteamericanos, donde siguen disfrutando de total inmunidad
y de las enormes fortunas que casi todos robaron al pueblo. Muchos
de ellos participaron en algún momento en organizaciones
contrarrevolucionarias dedicadas a la promoción de agresiones
armadas y acciones terroristas contra Cuba. José Eleuterio Pedraza,
por ejemplo, fue el jefe de la llamada conspiración trujillista
responsable de organizar una infiltración armada en 1959, y a
principios de la década de los 60 participó en la preparación de
numerosas acciones de sabotaje y encabezó el denominado Ejército
Anticomunista de Cuba. Esteban Ventura mantuvo hasta el último
instante sus vínculos con la Fundación Nacional Cubano Americana
y, en particular, con quien es uno de los principales directivos de
estos grupos mafiosos y terroristas, Roberto Martín Pérez, hijo
del asesino Lutgardo Martín Pérez.
Se sostiene comúnmente
que fue la promulgación de la Ley de Reforma Agraria el 17 de mayo
de 1959, al anunciar el carácter cabalmente revolucionario del
proceso social y político en marcha en Cuba y su proyección
liberadora y antimperialista, el hecho que marcó el tránsito de la
actitud hostil a la agresión directa de los Estados Unidos contra
Cuba. Sin embargo, basta enumerar algunos acontecimientos de esos
primeros meses del poder revolucionario para llegar a la conclusión
de que los gérmenes de esa intención agresiva ya estaban presentes
desde mucho antes.
Las justas sanciones
impuestas a los criminales de guerra que pudieron ser capturados,
autores de crímenes abominables con un saldo que se ha estimado en
casi 20 mil muertos, pronto provocaron las primeras manifestaciones
de hostilidad verbal y política hacia la Revolución en los Estados
Unidos. En fecha tan temprana como el 15 de enero de 1959, un grupo
de congresistas norteamericanos pidió la intervención de los
Estados Unidos. El representante Wayne Hays declaraba que debía
considerarse el envío de tropas a Cuba, además de la aplicación
de sanciones económicas como la rebaja de la cuota azucarera y el
embargo comercial. Poco importó a la maquinaria de propaganda de la
gran prensa norteamericana el hecho de que el pueblo cubano hubiese
expresado de manera casi unánime y evidente su pleno respaldo a la
necesaria justicia revolucionaria.
El 2 de febrero de 1959,
apenas un mes después del triunfo de la Revolución, fue arrestado
y puesto a disposición de los tribunales el ciudadano
norteamericano Allen Robert Mayer, quien se había introducido
ilegalmente en territorio cubano a bordo de una avioneta con el
propósito de atentar contra la vida del Comandante en Jefe Fidel
Castro.
El 30 de marzo, el
general Maxwell Taylor, Jefe del Estado Mayor del Ejército de los
Estados Unidos, declara ante el Congreso de ese país que "la
Revolución Cubana podría ser el comienzo de una serie de
convulsiones en América Latina, que darán oportunidades a los
comunistas para tomar posiciones".
En abril de ese mismo
año, Fidel viaja a los Estados Unidos. En Washington no es
recibido, en manifiesta intención de desaire, por el Presidente de
los Estados Unidos Dwight D. Eisenhower, y se entrevista en cambio
con el entonces Vicepresidente, Richard Nixon.
Tras la reunión, en
memorándum secreto, Nixon escribía su impresión de que Fidel era
comunista o era sumamente ingenuo, y sugería implícitamente que se
comenzara a pensar en el derrocamiento del flamante poder
revolucionario en Cuba.
Tres semanas después de
la promulgación de la Ley de Reforma Agraria, el 11 de junio de
1959, el Gobierno de los Estados Unidos, en nota diplomática
entregada por su Embajador en La Habana, expresaba: "Los Estados
Unidos reconocen que, según el derecho internacional, un Estado
tiene la facultad de expropiar dentro de su jurisdicción para
propósitos públicos y en ausencia de disposiciones contractuales o
cualquier otro acuerdo en sentido contrario; sin embargo, este
derecho, debe ir acompañado de la obligación correspondiente por
parte de un Estado en el sentido de que esa expropiación llevará
consigo el pago de una pronta, adecuada y efectiva compensación".
En la respuesta del
Gobierno cubano a esta nota, se reiteraba que "es facultad
inalienable del Gobierno Revolucionario dictar, en el ejercicio de
su soberanía y al amparo de tratados, convenciones y pactos de
carácter universal, las medidas que juzgue más adecuadas para
impeler y asegurar el desarrollo económico, el progreso social y la
estabilidad democrática del pueblo cubano". En consecuencia,
declaraba la nota cubana, el Gobierno Revolucionario "se arroga la
facultad de decidir lo que estime más acorde con los intereses
vitales del pueblo cubano, y no admite, ni admitirá, ninguna
indicación o propuesta que tienda a menoscabar, en lo más mínimo,
la soberanía y la dignidad nacionales".
No obstante, en cuanto a
las condiciones de pago exigidas en la nota norteamericana, el
Gobierno Revolucionario argumentaba la imposibilidad material para
cumplirlas y proponía la negociación de otras alternativas de
compensación. Esta última propuesta fue desconocida por las
autoridades norteamericanas, que se aferraron a las impracticables
condiciones planteadas y encontraron por fin en la respuesta cubana
el pretexto para comenzar el despliegue de su política de
represalias y agresiones económicas, políticas y militares contra
Cuba.
La suerte estaba echada.
GIRÓN
el primer capítulo de nuestra resistencia (II parte)
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el primer capítulo de nuestra resistencia (III parte) |