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Walterio Carbonell,
reparación y homenaje
PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu
Cuarenta
y cinco años después de su primera edición, la Biblioteca Nacional
José Martí ha vuelto a publicar Cómo surgió la cultura nacional,
de Walterio Carbonell, para dar inicio a Ediciones Bachiller, un
modesto pero arduo esfuerzo por rescatar textos olvidados y, a la vez,
imprescindibles, de las letras cubanas.
Tiene razón el destacado
ensayista y director de la Biblioteca, Eliades Acosta, cuando afirma
que el libro de Walterio "es uno de los más radicales de la
historiografía revolucionaria". Esa radicalidad seguramente le ganó
el título de malditos al autor y a su libro. Entrar a fondo, y con
los cañones cargados, a las convenciones historiográficas y a los
mitos nacionales, originó un terremoto de recelos y negaciones en su
tiempo. Lo que debió derivar hacia un debate consistente de sus
tesis, quedó, quizás mediatizado por las circunstancias de la
época, oculto en las miasmas del ostracismo.
Para Walterio no fue una
sorpresa. Él mismo confesó hace unos meses a este redactor que "mis
planteamientos estaban transidos de urgencia, eran los primeros años
de la Revolución y la lucha ideológica interna estaba en su punto;
yo quise contribuir a que las posiciones revolucionarias en la
ideología ganaran terreno. Debí volver después sobre lo que
escribí, desarrollar más las ideas, profundizar en más de un
aspecto, pero luego no me fue posible".
Estas consideraciones no
merman, en lo absoluto, la importancia capital de un ensayo que puso,
por primera vez, de una manera orgánica e integral, el acento en la
contribución de la cultura dominada, la de los negros esclavos, en el
nacimiento y el crecimiento de nuestra nación.
El punto de partida de
Walterio fue una concepción marxista de la historia que se apartó de
todo tipo de mecanicismo y aherrojamiento dogmático. Cuando nos dice
que "ni la Nación ni la cultura nacional son exactamente las clases
sociales, son un producto" y que "el problema de la formación de una
nación y su cultura nacional requiere un análisis que va más allá
del mero análisis de las condiciones materiales de una sociedad y sus
conflictos clasistas", cuestión harto más complicada en Cuba por
cuanto en el siglo XIX "no solo estaban en conflicto las clases
fundamentales, los esclavos y los esclavistas, sino también la
formación psíquica y cultural de la población española y
africana", el autor daba un paso decisivo en la articulación
dialéctica del tema abordado. Antes había hecho trizas lo que llamó
"concepción libresca y aristocrática de la cultura", al preguntarse
si "será cierto que nuestro inventario cultural está integrado por
el conjunto de ideas reaccionarias de Arango y Parreño, José Antonio
Saco, Luz y Caballero y Domingo del Monte" o si "acaso la cultura
popular, cuya fuerza reside en la tradición negra, no es tradición
cultural".
En las conclusiones del
ensayo, curiosamente dispuestas en la medianía del texto, Walterio
condensa algunas apreciaciones que hoy son ciencia constituida, pero
que en su tiempo, y dichas con tal pasión, parecían incendiarias.
Hoy, por ejemplo, sabemos que "la Guerra de los Diez Años es la
expresión de la descomposición final del sistema esclavista en
nuestro país" y que "fue librada no solo contra la metrópoli sino
también contra la inmensa mayoría de los esclavistas", pero no estoy
seguro de que a estas alturas se haya profundizado en "que habiendo
sido los esclavos el motor de la economía colonial y a su vez la
clase más explotada (...) devinieron las clases más revolucionarias"
o, en lugar de ser una respuesta a las políticas restrictivas de la
metrópoli, "las múltiples sublevaciones de los esclavos fue una de
las causas principales de las divisiones que se produjeron en la clase
dominante(...): anexionistas y reformistas".
Los científicos sociales
cubanos tienen en el libro de Walterio propuestas actuales para
debatir y polemizar. Bastaría retomar esta afirmación para
incentivar el análisis: "África ha facilitado el triunfo de la
transformación social del país. Esto no quiere decir que España
haya desaparecido. España se ha africanizado".
En todo caso sería útil
y conveniente respirar el oxígeno que aporta Cómo surgió la
cultura nacional. La escritura de Walterio está viva, como él
mismo, día a día en su callado puesto de la Biblioteca Nacional
José Martí, orgulloso de haber dedicado el libro a Fidel y con la
memoria de ser quien en París, en los años de la dictadura
batistiana, hizo ondear la bandera del 26 de Julio en la Torre Eiffel.
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