| La infamia de Guantánamo arde en Berlín PEDRO
            DE LA HOZpedro.hg@granma.cip.cu
  El
            estigma de la infamia que el gobierno de Estados Unidos ha
            convertido en práctica cotidiana en el territorio ocupado
            ilegalmente a Cuba en la bahía de Guantánamo marcó ayer la agenda
            de la Berlinale, la tradicional cita cinematográfica invernal de la
            capital alemana.
  Shafiq Rasul (a la izquierda) y Ruhel Ahmed, durante la presentación del filme de Winterbottom en la Berlinale.
 Un avezado cineasta
            inglés, Michael Winterbottom, estremeció al auditorio con la
            presentación del testimonio fílmico El camino a Guantánamo,
            que narra el calvario de tres jóvenes musulmanes británicos,
            Shafiq Rasul, Ruhel Ahmed y Asif Iqbal, desde su detención cuando
            asistían a una boda en Afganistán hasta las torturas y los
            maltratos a que fueron sometidos en el campo de concentración
            yanki. Tres años después, sin que ni siquiera se les pidiera
            perdón y luego de múltiples gestiones, fueron liberados, no sin
            antes haber recibido propuestas por parte de la CIA para que se
            infiltraran en organizaciones islámicas como agentes secretos. "El
            filme —declaró el director a la prensa— pretende mostrar lo
            arbitrario del asunto de que Estados Unidos, construya nada menos
            que en Cuba una cárcel para tratar a los prisioneros como no puede
            tratarlos en su propio territorio, porque las leyes lo impiden.
            Queremos evocar a las personas que son mantenidas allí prisioneras
            por un sistema perverso. El mundo se ha acostumbrado ya a
            Guantánamo y mira hacia otro lado. Pero todavía hay 500 personas
            que se encuentran allí prisioneras." A muchos estremeció
            particularmente lo que cuenta Ruhal Ahmed, sobre el interrogatorio
            que sufrió en noviembre del 2001 en Afganistán por un miembro de
            las fuerzas de elite británicas SAS en presencia de un militar
            norteamericano que le apuntaba con una pistola en la cabeza. El
            documental, de manera sobria y objetiva, puntualiza las
            sistemáticas vejaciones a los prisioneros: golpeados, privados de
            sueño, inyectados con drogas, encapuchados, fotografiados desnudos
            y sujetos a humillaciones sexuales y religiosas. Uno de sus
            abogados, Gareth Peirce, subrayó cómo los carceleros
            norteamericanos "no escatimaron ni un solo método para quebrantar
            su voluntad y hacerles confesar algo de lo que no son culpables". Con El camino a
            Guantánamo, Winterbottom es fiel a su credo artístico más
            reciente. Tres años atrás la propia Berlinale le concedió uno de
            sus codiciados lauros por En este mundo, lacerante filme
            sobre dos primos afganos, Jamal y Enayatullah, que viven en la
            ciudad paquistaní de Peshawar, junto a la frontera afgana. La
            película cuenta la odisea de los jóvenes en un campo de refugiados
            y sus ilusiones perdidas en la ruta de contrabando que los llevaría
            a un Primer Mundo que los desprecia como desechos humanos. Pero, incluso, este
            nuevo filme sobre las atrocidades del Gran Hermano Bush se conecta
            con una de las experiencias de Winterbottom en la ficción, puesto
            que el mundo que pintó en Código 46 (2005), con la
            contribución actoral de Tim Robbins, es una metáfora de lo que
            sobrevendría en el planeta de imponerse los salvajes designios de
            la Casa Blanca: la reducción de los individuos en la sociedad
            global a meros instrumentos de un supuesto orden racional-técnico
            superior (blanco, omnímodo) y la dominación autoritaria que se
            establece mediante organizaciones supranacionales. Una periodista
            española, Gemma Casadevall, resumió así el impacto que causó la
            proyección berlinesa: "Cuántas convenciones internacionales se
            rompen desde el momento en que se empaqueta a un preso, tapándole
            la cabeza con una bolsa de cartón con un número, hasta que se le
            mete como un animal en una jaula. (...) Ellos (los protagonistas del
            filme) se han convertido hoy en la voz de los centenares de presos
            que pasaron o siguen ahí, sin un pasaporte occidental que les
            respalde".
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