Tesoros artísticos de Alejo y Lilia al patrimonio vivo 
de la nación

MARTA ROJAS

El desconocido cuadro de Eduardo Abela, El gavilán, y una tinta sin título, de Wifredo Lam (1944), podrían considerarse por sí mismos dos regalos invaluables al Museo Nacional de Bellas Artes por parte de Lilia Esteban de Carpentier, donados en ocasión del centenario del novelista recién celebrado. Pero de Eduardo Abela también está incluido el óleo Mujer, y de Lam, sin contar La silla, legada a la institución años atrás, hay cuatro tintas y acuarelas más.

El gavilán, de Eduardo Abela.

En el registro del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural constan otras dos obras excepcionales donadas en 1977 por el propio Alejo Carpentier: un Autorretrato, de Fidelio Ponce, realizado en 1934 y Retrato de dama, óleo sobre cartón, firmado por Melero en 1813, o sea, realizado hace casi dos siglos. Agréguese una obra de Antonio Saura, España, en tinta y cartulina, de 1968.

Entre los tesoros que Lilia Esteban ha puesto al cuidado de la institución figuran obras de dos pintores mexicanos que alababa Carpentier: Cuevas y Gironella, del primero un cuadro y del segundo dos. A esto se suman diez grabados del catalán Jean Miró, además de un óleo del francés Jean Hugo, nacido en 1894 y fallecido a los 90 años.

Entre los aportes cubanos, destaca una obra magistral por su confección y fuerza, de Antonia Eiriz, sin titular, fechada en 1966. Le sigue una muestra polifacética de Amelia Peláez: El girasol (1946), óleo de gran dimensión, verdaderamente impresionante y luminoso, así como la colorida y espléndida tela Jarrón rojo (1968), además de una pieza cerámica y una tinta. Notables son, por su parte, las acuarelas, tintas y serigrafías de René Portocarrero, realizadas entre 1947 y 1973, sobre su afamada Flora.

Para Lilia Esteban, desde hace tiempo, aún acostumbrada a vivir rodeada de tanto y tan buen arte, y estar viendo en tales obras el gusto de Alejo por estas, había algo que la impelía a su donación. Sentía la necesidad de hacer valer, por lo grande, unas palabras íntimas de Alejo al respecto. Ha contado que un día él le dijo, refiriéndose a La silla, de Lam, que le parecía injusto que obra de semejante belleza no fuera vista por todo el que quisiera admirarla, y que era en el Museo Nacional de Bellas Artes donde debía estar. El centenario de Carpentier, según ella, fue el mejor momento para esta donación, aunque, inicialmente, se desprendiera de los cuadros solo para su exhibición temporal en el Museo. No creía poder acostumbrarse a las paredes desnudas.

Para Marta Arjona, presidenta del Consejo de Patrimonio y también artista: "La donación realizada es excepcional; yo diría, simplemente, que no tiene parangón, por la extraordinaria calidad y variedad y número de obras de grandes maestros, entregadas, generosamente y en forma legal por Lilia a la nación cubana, y de las cuales será depositaria el Museo Nacional de Bellas Artes para su conservación y muestra al público".

 

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