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Centenario de Lino Horruitiner ÁNGEL AUGIER Santiago de Cuba conmemora con justicia y emoción, en estos días, el centenario del nacimiento de uno de sus poetas más genuinos y valiosos, Lino Horruitiner (1902-1972) cuyas excesivas modestia y despreocupación conspiraron contra la difusión de su verso fino y gallardo. Aunque muchas limitaciones y dificultades de diverso orden frustraron en provincia muchos valores legítimos, su presencia poética nunca pasó inadvertida ni poco justipreciada en los medios culturales santiagueros de su juventud y madurez. De familia acomodada e ilustrada de la capital de la provincia, Lino rebasó el proceso educativo hasta el bachillerato. En ese proceso, su temperamento soñador, su sensibilidad artística, despertó al conjuro de la poesía con fervoroso impulso. Asimiló cuanto pudo de los textos clásicos de la poesía castellana y de sus estudiosos, en particular de Menéndez y Pelayo. Pero el inicial arrebato de acento romántico del verso adolescente no tardó en animarle a conocer la poesía francesa —ya en posesión de aquel idioma—, en particular simbolistas y parnasianos, cuya resonancia encontraría en la espléndida orquesta modernista. No pudo resistirse al encantamiento de la musa preciosista de Rubén Darío y sus corifeos, pero los asumió con particular sobriedad y elegancia. Algunas publicaciones locales acogieron sus primeras composiciones, pero más le estimuló la acogida que le brindara la veterana revista habanera El Fígaro, de calidad consagradora. Obtuvo premios de poesía en juegos florales y certámenes convocados por instituciones locales. Por otra parte, es natural que al joven poeta le atrajeran las tertulias bohemias de la agitada vida nocturna de la cálida, acogedora ciudad, donde el Caribe amanece entre ritmos de música y canciones, y con alegres ecos de voces y vapores de ron. Cuando en 1925, Rafael Esténger le llevó su primer poemario, Los énfasis antiguos, le suscribió esta dedicatoria reveladora: "A Lino Horruitiner, más poeta que yo, pero que prefiere escribir menos y vivir más". Conocí a Horruitiner en 1926, cuando mi adolescencia despertaba a la magia de la poesía en mi pueblo natal, Santa Lucía (hoy Rafael Freyre, provincia de Holguín), ingenio azucarero en cuyas oficinas centrales era yo simple "office boy". Fue llevado Lino a trabajar en aquellas oficinas por el jefe de ellas, su hermano Manuel, persona amable de muy rectos hábitos y respetuosa presencia. No recuerdo cuánto tiempo permaneció allá el poeta, alejado del ambiente santiaguero, ¿dos, tres años? Lo cierto es que pareció adaptarse a la lenta rutina del batey, hizo buenas migas con la juventud local, jugó como primera base en el equipo de pelota, y dedicó versos a alguna que otra muchacha. Además, fue mi maestro de literatura, pero sin actitud de dómine, en sencillas, cordiales, ocasionales conversaciones. A pesar de la diferencia de edades, nos unió fraternal amistad, y pude apreciar la limpieza de su espíritu, la profundidad de su cultura y la frescura y autenticidad de su poesía. Fue decisivo su magisterio en el desarrollo de mi vocación literaria. Mantuvimos correspondencia a lo largo de muchos años, definitivamente hermanados por el amor a la poesía, y esporádicos contactos personales en Santiago de Cuba o La Habana. Le soy deudor de generosos comentarios a mis primeros libros. A su regreso a Santiago de Cuba, se reincorporó a la vida cultural de la ciudad. Fue redactor del Diario de Cuba, el más importante de la provincia; y colaborador de la Página literaria del Grupo H. En ese mismo periódico, junto a los nuevos poetas de orientación vanguardista que integraron esa agrupación; colaboró en otras publicaciones provinciales y nacionales. En fin, participaba esporádicamente en algún que otro evento, pero la tentación de la bohemia en la fascinante noche santiaguera fue más poderosa que las labores y responsabilidades naturales. Y sus poemas publicados e inéditos continuaron esperando inútilmente reunirse en libros, en aquellos tiempos anteriores a la Revolución, carentes de editoriales y de una política de atención y estímulo al desarrollo cultural. No fue hasta 1955, que se hizo posible reunir una selección de la obra poética de Lino Horruitiner en libro, cuyo título tiene carácter imperativo en su intención de borrar la ausencia: Presencia, gracias a la fervorosa gestión cultural calorizada entonces con su habitual entusiasmo, desde la Universidad de Oriente, por su profesor José Antonio Portuondo. Este otro eminente hijo de Santiago de Cuba, al comentar en un artículo la demorada Presencia de la obra poética de Lino Horruitiner, afirmó certeramente que el nombre de este autor "no figura en las antologías de poesía cubana contemporánea donde otros, con menos méritos y más publicidad, parecen haberse instalado definitivamente".En esa ocasión mi comentario Presencia y poesía de Lino Horruitiner saludó el poemario, en el periódico El Mundo (junio 24, 1956), reproducido en mi libro Prosa varia, (Editorial Letras Cubanas, 1982) Porque esa obra poética es un muy valioso aporte al espléndido tesoro de la poesía cubana del siglo XX, esa Presencia de Lino Horruitiner en la cultura nacional debe reafirmarse en la oportunidad de su centenario. Fue sensible el poeta a la inmarcesible tradición heroica de Santiago de Cuba, y son inolvidables su elegía a Frank País y sus cantos a la Revolución. Estamos seguros de que Santiago de Cuba aprovechará esta coyuntura aniversaria para rescatar del injusto olvido a uno de sus más prestigiosos hijos, que con tanto fervor y belleza expresó el espíritu de su tiempo, y el vigor y la gracia de la tradición cultural de su ciudad natal, cuna de José María Heredia, el fundador. Varios poemarios inéditos suyos reclaman su presencia indispensable en libro, en este instante estelar de la cultura cubana. |
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