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14/09/2002
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Blanca parece, cubanísima es

AMADO DEL PINO

Pocas veces un estreno teatral acapara tanto interés en nuestro medio. Las razones para que se repletara la sala Covarrubias en la noche de este jueves son poderosas. Parece Blanca —que podrá verse hasta el domingo en el Teatro Nacional y después en la ciudad de Santa Clara— es un título en el que Abelardo Estorino, el más grande de nuestros autores vivos, lleva hasta el virtuosismo obsesiones de su obra como la cubanía esencial en lucha contra los estereotipos, o el juego escénico como antesala de reflexiones cardinales sobre el hombre de su tiempo.

En los noventa, Estorino llevó a las tablas este texto, que parte de la fundacional Cecilia Valdés, y que entonces nombró como "una versión infiel de una novela de infidelidades". Con todo, la entrada y salida a la obra de Villaverde tiene mucho de parodia, pero también de homenaje. Entonces insistí en que ese espectáculo graficaba un punto de encuentro entre el inmenso autor teatral y, la menos reconocida maestría del Estorino director de escena.

La puesta es asumida ahora por Alberto Sarraín y este dato contribuye también a que el montaje haya nacido bajo el nombre de acontecimiento. El teatrista y su grupo La Mateodora han encabezado un movimiento de defensa de la totalidad cultural cubana, más allá de fronteras o intolerancias. De su mano —y enfrentando conocidos riesgos en su medio— han subido a escena en Miami varios títulos importantes de la dramaturgia cubana contemporánea.

Parece Blanca, según Sarraín, acentúa la vocación del original de trabajar un voluntario anacronismo y nos ofrece un ámbito escenográfico (firmado por Jesús Ruiz) a caballo entre una instalación plástica y la referencia bastante directa a los puntales de madera que sostienen algunas viejas casas de La Habana. También algo de ingenuidad aprecio en un vestuario con recurrentes citas a la moda de ahora mismo y en la insistencia de su diseñador, Adalberto Castrillón, en que la protagonista vista casi todo el tiempo con formas y colores de abierta y clásica sensualidad.

El montaje logra un inteligente despliegue de las composiciones escénicas y algunas imágenes que revelan la sabiduría teatral de Sarraín. Puede servir de ejemplo el juego con la chaqueta nueva de Leonardo Gamboa que adquiere una notable fuerza y se inserta en varias escenas decisivas para el fluir del argumento y hasta para desatar la reflexión. El diseño y la distribución del movimiento acusan una precisión general que justifica el crédito, como asesora de movimiento, de la destacada coreógrafa Rosario Cárdenas. La música original de Juan Piñera aporta belleza y trascendencia al montaje, aunque hubiese sido atendible la variante de reservar los preciosos cantos afrocubanos para el final y no ir "regalando" esta sonoridad desde el principio.

Otro reto que enfrenta Sarraín es haber trabajado con un elenco amplio y de orígenes y formaciones diversas. Amarilis Núñez ratifica su amplitud de registros como actriz, alcanza momentos de primorosa caracterización, pero en la función de estreno abusó de los tonos altos y se dejó arrastrar por el desbalance de ritmo entre la dinámica primera hora de representación y la, a ratos desvaída, otra mitad. Pablo Durán logra una fluida imagen escénica de Leonardo, empañada por un decir correcto, pero monocorde, y una limitada interiorización.

En el resto del elenco, Michel Hernández debió enfrentar cierto cansancio del público cubano ante la repetida variante del travestismo en nuestra cartelera de los últimos años, pero logró momentos de equilibrada sobriedad; Pancho García y Míriam Learra derrochan gracia teatral y ligereza para entrar o salir de situaciones contrastantes. Fuerte resultó el desequilibrio entre el limpio desenfado, el carisma de Luz Marabel, y la poco convincente, como "doblada", presencia sobre las tablas de Teo Castellanos. Doris Gutiérrez aportó una metafórica caracterización de Charo Alarcón, mientras Sonia Boggiano sostuvo con dignidad su Chepilla y resultó especialmente efectiva en las escenas cantadas.

Parece Blanca da cumplimiento a un viejo y hermoso sueño de colaboración. Comentarla con mezcla de entusiasmo y sinceridad es la única forma que tiene este crítico de aplaudirla como se merece.

14/09/2002

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