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13/04/2002
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Galarraga

Nuevo enfoque sobre la familia de Martí

ANTONIO PANEQUE BRIZUELA

En medio de un prolífico momento editorial cubano en torno a obras sobre José Martí, publicadas últimamente por investigadores y editoriales, puede afirmarse que Ramiro Valdés Galarraga es una especie de "autor de moda" cuya "pieza" más estelar ha sido el Diccionario de términos martianos, y aún más reciente, un libro, en proceso de publicación, sobre las siete hermanas del Héroe Nacional.

Foto: ALDO MEDEROSTema este poco o casi nada difundido, exceptuando lo que se ha dicho sobre Amelia, el estudioso ha estructurado con él un volumen de 140 cuartillas, en manos de la Editorial José Martí, que completó con un apéndice sobre el resto de la familia del Apóstol, especialmente sus padres y la también exiguamente divulgada vida de su hijo, José Francisco Martí Zayas-Bazán, más conocido por Pepito o Ismaelillo, quien alcanzó el grado de capitán y quedó sordo manejando un cañón en una de las gestas independentistas de 1895.

Galarraga, de 83 años, autodidacto confeso y pertinaz que, sin embargo, ha ocupado cátedras universitarias y cuyo diccionario sirvió de contrapartida política en reciente Mesa Redonda Informativa ("Me siento orgulloso de que mi libro haya servido de antípoda al infame folleto de la SINA"), nos revela en este nuevo volumen que Amelia, la única hermana de Martí que tuvo larga vida (82 años), se hizo famosa por las dos cartas que él le escribió, y falleció en 1844.

En el texto La familia de Martí (Los padres y sus siete hermanas), al cual su autor califica de "libro fragmentado" por la falta de otros datos, se relata que dos de las siete hermanas murieron niñas, de 6 y 8 años; una tercera a los 18 en México (Ana Matilde), lo cual da paso a la anécdota en la que el entrañable Manuel Mercado cede su panteón familiar para enterrarla ("un gesto que Martí no olvidaría jamás"), y, de las cuatro restantes, tres perecieron en el 1900 por enfermedades parecidas.

"La madre Leonor se quedó sola con Amelia —describe el autor— y vivieron por un tiempo en la actual casa-museo de la calle de Paula junto a cinco hijos que dejó al morir su hermana Antonia".

Sobre el resto del libro, que debe mucho a las Obras Completas del Apóstol ("toda la vida leyendo y 20 estudiando a uno de los escritores más profundos de la humanidad"), hay anécdotas apasionantes que dan pie, además, a precisiones sobre cómo surgieron algunas partes de las obras literarias martianas.

Por ejemplo, las referidas a estremecedoras escenas relacionadas con sus padres, de origen español, cuyo entendimiento político con su hijo, sobre todo en lo que respecta a Don Mariano, ha sido muchas veces cuestionado.

El libro relata que Leonor, quien le entregó a Martí en Nueva York un anillo que se mandó a hacer con el material de los grilletes de su hijo en la cárcel y tenía grabada la palabra Cuba ("el cual, por cierto, jamás ha aparecido"), salió una vez a buscar al joven bajo una balacera provocada por Voluntarios en el teatro Villanueva —22 de febrero de 1869—, y ello motivó en el Maestro uno de sus Versos sencillos (1891):

No hay bala que no taladre / el portón: y la mujer / que llama, me ha dado el ser: / me viene a buscar mi madre. / A la boca de la muerte, / los valientes habaneros / se quitaron los sombreros / ante la matrona fuerte. / Y después que nos besamos / como dos locos, me dijo: / "¡ Vamos pronto, vamos hijo: / la niña está sola; vamos!"

Otro pasaje impresionante glosado por el libro de Galarraga es la visita al presidio que le hace Don Mariano —sobre quien, por un incidente anterior, Martí guardaba fuerte queja descrita en carta a Rafael María de Mendive—, a fin de llevarle unas almohadillas que la madre había confeccionado para las maltratadas rodillas del preso, y, al ver a su vástago en tal estado, se abrazó llorando a sus piernas, lo cual quedó reflejado, esta vez en prosa, en El presidio político en Cuba:

"Sus lágrimas caían sobre mis llagas, yo luchaba por secar su llanto, sollozos desgarradores anulaban su voz, y en esto sonó la hora del trabajo y un brazo rudo me arrancó de allí, y él quedó de rodillas en la tierra mojada con mi sangre, y a mí me empujaba el palo hacia el montón de cajones que nos esperaba ya para seis horas. ¡Día amarguísimo aquel! Y yo todavía no sé odiar."

 

13/04/2002

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