La primera carga al machete

PEDRO A. GARCIA

Días después del Grito de La Demajagua, al campamento mambí del general Donato Mármol llegó un forastero de unos 30 años, de porte marcial, ojos, bigote y barba en forma de pera negrísimos. Venía con un propio del Capitán General Carlos Manuel de Céspedes para el jefe de la tropa.

El general Donato se hallaba reunido con su improvisado Estado Mayor. "Carlos Manuel me manda un hombre, oficial retirado de las reservas dominicanas, para utilizar sus servicios de coronel", dijo. "Acéptalo, Donato", le aconsejó su suegro, Toñito Milanés: "Ya ves lo que dice Céspedes, el hombre sabe y nosotros de guerra no sabemos ni jota. Deja que nos dirija".

El jefe de la tropa apuró su taza de café e hizo llamar al forastero: "La columna española viene sobre Bayamo y ya está en Baire. Nosotros vamos a impedir su avance. Usted va a mandar nuestra vanguardia, escoja 200 hombres y disponga lo necesario".

Tras saludar militarmente, el forastero dio media vuelta y salió a escoger sus hombres. "¿Cómo se llama nuestro nuevo jefe de la vanguardia?", indagó alguien. "Máximo Gómez", respondió el general Mármol.

UNA TROPA BISOÑA

En el campamento mambí, campesinos de las cercanías y antiguos esclavos se confundían alrededor de las fogatas. Se celebraba con cantos y música el alzamiento contra España y la independencia de Cuba, que pensaban conquistar en breve tiempo; algunos, además, su nueva condición de hombres libres.

Gómez examinó el estado de la tropa: unas pocas armas de fuego; y varios de los que tenían una, no sabían usarla bien. Escaseaban los tiradores de puntería a largas distancias. En cambio, todos se mostraban diestros con el machete, su usual instrumento de trabajo.

El dominicano conocía de las virtudes del machete como arma en el combate cuerpo a cuerpo. En su tierra natal usó ese tipo de lucha, cuando encabezó un grupo de campesinos para liberar a una región de un caudillo sanguinario y sus hombres. Entonces había aprovechado hasta los accidentes del terreno en la obtención de la victoria.

La zona que ahora, en Cuba, iba a ser su teatro de operaciones, le recordaba en algo a su terruño. En las cinco leguas de Baire a Jiguaní, donde estaban los mambises, el camino formaba grandes recodos, cubierto de bosques tupidos a ambos lados, que llegaban hasta los mismos linderos.

Desde tempranas horas de la madrugada del 4 de noviembre de 1868, emboscó a sus hombres de forma escalonada, en un lugar conocido como Tienda del Pino, a poco más de un kilómetro de Baire, por el camino real a Jiguaní. "Nadie se levante y haga nada hasta que yo en persona salte al camino y grite: Al machete", advirtió a su tropa. Solo quedaba esperar a ver si los españoles caían en la provocación.

TIENDA DEL PINO

Una hora antes del mediodía, Gómez envió un grupo a caballo para tirotear Baire. Quirós, el jefe de los integristas, dejó a más de la mitad de sus huestes en la localidad y solo envió en persecución de los mambises a unos 300 hombres, organizados en dos compañías.

Cuando los peninsulares se encontraban en el área de la emboscada, Gómez de un grito conminó a los mambises a la lucha. Aquellos que tenían armas de fuego, efectuaron un disparo y sin perder tiempo, desenvainaron sus machetes; la gran mayoría, que solo disponía para el combate de su antiguo instrumento de trabajo, ya se había lanzado de ambos lados contra la sorprendida vanguardia enemiga.

El soldado español siempre dio muestra, en las tres guerras de Cuba, de una singular valentía; pero en Tienda del Pino, aparte de la sorpresa, el terror por lo desconocido (ese macheteo al que nunca se habían enfrentado) los desconcertó. Según el historiador Antonio Pirala, más de 200 muertos dejó España sobre aquel camino real, con heridas "de 20 y más centímetros".

Las leyendas de míticos machetes, que cortaban de un tajo cañones de fusiles como si fueran cañas, se extendieron a partir de entonces por el campo integrista. El combate apenas duró quince minutos: en los testimonios de los españoles sobrevivientes se habla "de siete cuartos de hora de ruda pelea".

Tienda del Pino pasó a los anales de la Historia militar como la primera carga al machete de los mambises en las luchas por la independencia. Como diría el general Enrique Collazo, quien aplicó más de una vez ese tipo de lucha, "desde ese día conocimos los cubanos cuál debía ser nuestra arma típica, nuestra mejor defensa. ¡Honor a Gómez, que fue nuestro maestro!".

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