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 La masacre de Juanelo

PEDRO A. GARCIA
Poco después del amanecer del 12 de septiembre de 1958, Gaspar
González Lanusa (Teodoro) se dirigió en su auto a casa de Míriam Parra, en Guanabacoa,
para recoger a Lydia Doce, tal como habían convenido. "Míriam me dijo -Teodoro
recuerda 40 años después-, que Lydia se había ido la noche anterior con Reinaldo Cruz,
Alberto Alvarez y Clodomira, a eso de las diez. Como yo no podía seguir esperando, le
dije que si en una hora no regresaba, quemara o se deshiciera de todo lo que pudiera
comprometerla".
Lydia Esther Doce.
Llamó a su superior en el M-26-7 desde un teléfono público y le
informó la situación. "Voy a la casa de Juanelo, a saber qué pasó", dijo
Teodoro antes de cortar la comunicación. Parqueó a unas cuadras del edificio de la calle
Rita. Fue caminando hacia allá. "Percibí entonces una tensión en el vecindario, la
gente hablaba en voz baja, las miradas eran temerosas, esquivas".
"Frente al edificio -agrega-, unas mujeres baldeaban la acera y
un agua rojiza se esparcía, en un intento por diluir los charcos de sangre
coagulada". Teodoro fue a casa del contacto, pero ya todos estaban enterados. El
padre de Reinaldo había pasado antes por Juanelo y los vecinos le advirtieron de la
masacre. De Lydia y Clodomira nada se sabía aún.
LYDIA Y CLODOMIRA
Lydia Esther Doce nació en Velazco, Holguín, el 27 de agosto de
1916. Conoció al Che en 1957, cuando este tomó en acción relámpago a San Pablo del
Yao, donde ella residía. El Guerrillero Heroico le encomendó contactar con el M-26-7 en
Bayamo y llevarle un mensaje a René Ramos Latour (Daniel) en Santiago. A partir de esa
misión, subió y bajó lomas en varias ocasiones. Bajo su saya, llevó documentos y
cartas de Fidel, Che y Celia. Muchas veces sus misiones la llevaron a La Habana. Una de
ellas fue a finales de agosto de 1958.
Clodomira Acosta.
"La recuerdo de cabellos castaños, creo que teñidos, rostro
aún bello, siempre risueña, jaranera, muy cubana -me confiesa Teodoro-, de agradable
voz, solía tararear las canciones de moda. Vestía colores serios: blanco, negro, lila,
azul."
"Clodomira era, en cambio, de figura muy delgada -continúa-
muy joven, no parecía tener más de 20 años. Introvertida, inteligente, en sus gestos
había decisión y energía. No sabía leer, pero esto lo compensaba con una fina memoria,
que acumulaba detalles importantes y un gran poder de observación, parecía como si se
mantuviera callada para escuchar y ver mejor."
Clodomira Acosta había nacido el 2 de febrero de 1936 en un hogar
campesino de El Cayayal, municipio de Manzanillo. En junio de 1957 se unió a los
rebeldes; comenzó a servir de mensajera y para cualquier tipo de tarea. Una vez cayó
presa y se le escapó a los batistianos de su puesto de mando en Bayamo. Entre las
encomiendas que le dio Fidel, estuvo contactar con la guerrilla del Directorio en Las
Villas, con la cual tomó parte en el combate de El Cacahual. Antes lo había hecho en la
Sierra, con la columna Uno. En septiembre de 1958, vino en su última misión a La Habana.
Alberto Alvarez.
LA SIERRA CHIQUITA
"A Regla la llamaban en el 58 la Sierra Chiquita", afirma
con sano orgullo reglano Gustavo Mas, capitán de milicias del 26 en la clandestinidad. Y
pasa a detallar algunas importantes acciones realizadas en ese pueblo: sabotajes a
garajes, fábricas, tiendas, casas, autos y camiones de personeros o colaboradores de la
tiranía; letreros y banderas del 26 que aparecían en cada esquina, asalto a locales de
donde se sustrajeron fusiles y escopetas de caza; el secuestro de la Virgen de Regla, en
vísperas de la procesión; los ajusticiamientos del traidor Tuto y el delator Manolo
Sosa, El Relojero.
"La acción contra El Relojero la hicimos Alberto, Reinaldo y
yo -puntualiza Gustavo-, él era el confidente más importante de Ventura en la zona. Yo
sabía que esto iba a desatar tremenda represión, y les dije a los muchachos que no se
metieran en la casa de Juanelo, aquello era una ratonera, no tenía más que una
salida."
Reinaldo Cruz.
LOS MUCHACHOS DE REGLA
A Alberto Alvarez le decían "El Mono" y Ventura pensaba
que era un hombre alto y fuerte. "Era más bien bajito -afirma Gustavo-, pero tenía
poder y don de líder. Le gustaba el básquet y como no podía jugarlo por su estatura, se
dedicó a entrenar niños".
Reinaldo Cruz tenía 21 años. Gustavo lo recuerda "de
carácter alegre, siempre se estaba sonriendo, explosivo en la lucha, con una gran
agilidad mental, pensaba en segundos. Le gustaban mucho los niños, se ponía a jugar con
ellos y les decía que él era el campeón a los yakis en Regla y Guanabacoa".
"Onelio Dampiel era el más serio de los cuatro, muy
introvertido, pensativo, había que sacarle las palabras de la boca. Con una disposición
y una valentía muy grandes. De familia muy humilde. Le gustaba mucho la pelota. Tenía
solo 22 años."
Leonardo Valdés (Maño).
A Leonardo Valdés le llamaban Maño y ya había cumplido los 23.
"Aunque Alberto y Reinaldo también venían de familias proletarias -recalca
Gustavo-, Maño era todavía más humilde. Valiente, decidido, también otro gran
aficionado a la pelota, siempre se le veía jugando béisbol con un grupo de
muchachos".
VIERNES 12
A pesar de que Gustavo les alertó sobre la casa de Juanelo,
Alberto, Reinaldo, Lydia y Clodomira fueron para allá a medianoche. Tal vez ya estaban en
el apartamento Maño y Onelio. A eso de las cuatro de la madrugada del viernes, un ruido
les despertó. "Abre, soy yo", decía una voz conocida, de alguien que hasta
entonces los había acompañado en diversas acciones.
Detrás de la voz conocida entraron las huestes de los esbirros
Ventura y Carratalá, quienes les dijeron que estaban rodeados; el hasta entonces
compañero había devenido delator. La versión cinematográfica -Aquella larga noche-,
que los describe sin saber qué hacer ante el cerco, no se ajusta a la verdad histórica.
Onelio Dampiel.
Antes de que se dieran cuenta, los cuatro muchachos fueron
acribillados. En el suelo del apartamento aún pueden verse los impactos de cuando los
remataron. Lydia y Clodomira salvaron momentáneamente la vida. Tras incontables torturas,
que dejaron a Lydia casi moribunda, Ventura se las entregó al criminal Julio Laurent, de
la Marina. Este zarpó con ellas en la madrugada del 15 de septiembre. En sacos con
piedras las hundían en el mar y luego las sacaban. Hasta que a una orden no las sacaron
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