Un amigo me escribe desde Trinidad, donde se encuentra –junto con un pequeño grupo de estudiantes extranjeros– cumpliendo con las obligaciones de un recorrido de carácter académico. El mensaje llega a las 11 y media de la noche, me cuenta que atravesaba el apagón y que pasó por un lugar –una gran casa con patio en el centro, como suelen ser las viviendas que fueron señoriales en la ciudad– colmado de personas, en su mayoría jóvenes, disfrutando la proyección de una película.
Si la escena ya es interesante de por sí, el hecho de estar ocurriendo en la casa de los poetas, editores, músicos y promotores culturales Darién Peña y Adriana Rivero, quienes además son pareja, le otorga al suceso un sentido particular. En esa casa, en pleno corazón del centro histórico de la ciudad, justo en una de las esquinas de la Plazuela de Segarte, al lado de la Casa de la Trova y a escasos metros de la Iglesia Mayor de la ciudad, vivió la tía abuela de Darién, la trovadora Isabel Béquer, conocida como «La Profunda», a quien él define como un «fenómeno cultural en la villa».
Aunque no solo ella, sino también, «su hermano Roger Béquer, Alejandro Béquer “El Chévere”, por el cual se conmemora la fecha del trovador trinitario; mi propia madre, Cristina Prada Béquer, canta con una hondura increíble; ella fue quien inauguró la primera semana de la cultura que se hizo en la Isla, cantando La Trinitaria, el himno lírico de nuestra villa. En mi niñez, en los eternos apagones de los 90, recuerdo a mi hermano David al piano, La Profu en la guitarra y una segunda voz de mi mamá que estremece. Es imposible quedar ajenos ante tanta poesía».
Allí, desde hace una década, Darién y Adriana fundaron un proyecto cultural que lleva por nombre Callejas, y en el cual, con medios propios, editan, con la intención de regalar, libros manufacturados; en voz de Darién: «promocionar, en un formato atractivo, artesanal, único, la poesía trinitaria, cubana, allí donde quiera que vayamos».

Esta vocación promocional, que así tuvo inicio, se ha visto multiplicada, pues desde hace ya un año y medio no solo bautizaron el patio como La hiedra y el jazmín, sino que lo han convertido en un auténtico centro multicultural.
Darién cuenta que empezaron por organizar un concierto al mes (vale decir que allí han presentado su trabajo varios de los más destacados entre los jóvenes trovadores del país), aunque pronto descubrieron que no era suficiente, motivo por el cual nació entonces La Vitrola, espacio en el que es el público quien elige las canciones que desea escuchar.
Pero si la reacción favorable del público es alegría para quienes promueven actividades culturales, aún mayor contento hay, como dice Darién, cuando se arriba al momento en que «nos sucedió la maravilla: los más jóvenes de esta comunidad nos piden llevar a cabo sus propias ideas en nuestro espacio. Así surgió, por ejemplo, Raphzodya, una fiesta de rock que ha tenido tremenda pegada. Jesús David Venegas y Cristian Zúñiga son sus precursores».
Y, para continuar agregando emoción, otro espacio «este con el nombre Cinemática de bolsillo e idea de Sofía Cornelio, «joven con una inclinación inmensa por el cine» en el cual «dos viernes al mes, con una sábana blanca tendida cerca de la pared y un proyector» son exhibidas películas cubanas e internacionales. Darién y Adriana dosifican la batería de respaldo que se emplea en las necesidades de la casa y calculan para que acompañe en las actividades.
De la proyección de películas, que asegura Darién que tiene «tremendo efecto» –lo que se evidencia en que «cada vez está más lleno el espacio»– fue testigo el amigo que, en pleno apagón, compartió la experiencia conmigo.
Allí han proyectado largometrajes como Juan de los Muertos, Amélie, Fresa y chocolate, El club de los cinco, Habana Blues; mientras el público llega se pasan cortos de Chaplin, Sofía trae la banda sonora de la película en su laptop, y también ofrece datos sobre las obras antes de iniciar la proyección para, finalmente y si hay ocasión, estimular un debate sobre lo que acaban de ver. Nada es mejor que leer las palabras con las que Darién transfiere su impresión al respecto:
«El cine no ha muerto. No hay stream, pantalla plana ni monitor de computadora que igualen la sensación de estar compartiendo los sentimientos que nacen al unísono por ver, en el mismo espacio y al mismo tiempo, una de las artes. La gente va pasando y algunos se quedan, se sientan y disfrutan por minutos o hasta al final de la película. Este efecto se acentúa porque la mayoría de las noches de esta zona de Trinidad está en apagón. Entonces viene siendo un remanso de arte y calor humano en medio de tanta oscuridad. En la última proyección no alcanzaron las sillas».
Amo esa ciudad. La casa de mis abuelos maternos, varios de mis tíos y primos está justo enfrente al portón lateral de la casa de Darién. A la estrecha calle de piedra que por allí pasa le llamábamos, cuando niños, «la cañada» o, con menos fineza al pronunciarlo, «la cañá». Cuando llovía, el agua que bajaba de la parte alta de la ciudad, el barrio humilde de La Popa, formaba un torrente, toda una riada; buscábamos yaguas de palma, nos montábamos encima y descendíamos a toda velocidad en ese improvisado bote, casi una cuadra.
Amo el cine, la maravilla y potencia que brota cuando las artes, todas, se reúnen para dar nacimiento al mundo nuevo que surge gracias a su combinación; en el que un gesto, un sonido, una transición, una imagen, un color son suficientes para hacernos pensar y sentir. Los diálogos, las estructuras narrativas, el montaje entre escenas, el movimiento de los personajes, los desplazamientos de la cámara, los giros de la trama, el sonido, todo. La magia de ser espectador, la sensación de comunidad mientras se comparte la proyección y el momento único cuando el final llega, y empieza entonces la conversación.
Pero, sobre todo, amo la locura de la poesía, la entrega de los que impulsan cultura y la respiran, se alimentan de ella y luego la regalan a otros, a su pedazo de tierra, al mundo. Me duele y lacera el apagón, pero justo por ello –y con un ansia de renacimiento todavía mayor que la herida– agradezco a quienes allí hacen posible la belleza.
Los nuevos proyectos, a punto de comenzar, son un espacio para la lectura de poemas y una convención mensual de juegos de rol, esto último a pedido de un grupo de jóvenes que se acercó al lugar. «Crear una comunidad sólida, ávida de arte, en medio de tanto temporal», dice Darién. Un punto de luz en medio del golpe de oscuridad. Los amigos y el público llegan: soñadores.












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