
El pasado mes, al preparar unas líneas para homenajear a Luisa Pérez de Zambrana, supusimos que, entre las mejores poesías cubanas hasta 1960, consideradas así por Lezama, estaría una muestra de la obra de la insigne poetisa. En efecto, al consultar la selección, había allí varias de ellas. Las leímos y, al pasar la página, hallamos también una referencia a Julia Pérez y Montes de Oca –hermana de la autora de La vuelta al bosque–, a quien Gastón Baquero estimó como una «joya olvidada de nuestra mejor poesía».
Con el poema La tarde, quedó incluida en el citado libro (Una fiesta innombrable. Las mejores poesías cubanas hasta 1960, según José Lezama Lima) la voz de esta poetisa. Los versos aparecen acompañados de una nota en la que el escritor reconoce lo sorprendente que resulta hallar en la autora, con una vida drásticamente marcada por la frustración, «el regusto por la lectura de clásicos, versos compuestos con moroso cuidado y mantener un equilibrio exquisito entre el sentimiento y la forma»; y entiende que «Julia Pérez tiene una especial significación dentro del romanticismo, donde no es muy frecuente la preocupación tradicional, de perseguir lo mejor de una tradición, que no se extingue porque sus raíces están muy soterradas».
Nacida el 11 de abril de 1839, en El Cobre, desde muy joven siguió los pasos de su hermana Luisa, lo mismo escribiendo poesías, que marchándose junto a ella cuando, casada con el doctor Ramón Zambrana, se fueron a vivir a La Habana.
La joven, a quien el matrimonio acogería como a una hija, y que amaba la pintura y la astronomía, colaboró en varios periódicos de renombre. El Conde de Pozos Dulces publicó poemas suyos en El Siglo, y El arroyo seco, de su autoría, fue leído en el Liceo de Guanabacoa. Fue asidua visitante de las tertulias de Nicolás Azcárate y Rafael María de Mendive, e interpretó algunos personajes en condición de actriz.
De sus escritos adolescentes es A mi sinsonte, un poema de tiernos reclamos que nos recuerda aquellos versos antológicos de José Jacinto Milanés, La fuga de la tórtola.
Bello sinsonte / de alas de plata / ya tu voz grata / no escucharé: / ya tus hechizos, / pájaro amado / de mi apartado / no miraré, escribe Julia; a lo que su hermana Luisa, con toda dulzura, le responderá: Acuérdate, ángel mío, / que huérfano y cautivo por tu / gusto / con tormento sombrío / lloró algún tiempo tu rigor injusto. (A Julia, en la fuga de su sinsonte).
Duro golpeó a la poetisa la muerte de su cuñado, Ramón Zambrana, un padre para ella. Abatida por sueños no alcanzados, como el amor imposible por un poeta –que se dice fuera José Fornaris–, y aquejada por la enfermedad, abandonará La Habana y se replegará en la finca El Jardín, en Artemisa.
En su poema Al campo, unos versos recrean el encantamiento que ven sus ojos en el natural recinto: ¡qué dolor o deseo / no templan tus flotantes arboledas / en cuyas altas ramas olvidado / llora el amante ruiseñor! ¿Quién pudo / contemplar tu belleza, / que en sublime tristeza, / el pecho no sintiera enajenado, / y a qué sensible corazón no encanta / de tus rústicos templos / el mágico rumor que se levanta?
Allí, en el bucólico ambiente elegido para sus postreros años, muere de tuberculosis, el 25 de septiembre de 1875, hace 150 años, esta dama de la lírica romántica del siglo xix cubano, no tan célebre como su hermana Luisa, pero sin duda, también grande y auténtica.
Un hermoso mural ubicado en la calle Mercaderes, del Centro Histórico de la Ciudad, en el otrora Liceo Artístico y Literario de La Habana, que deja ver a figuras distinguidas de nuestro siglo XIX, guarda, con toda justicia, la imagen de Julia Pérez y Montes de Oca, y la de Luisa, su querida hermana; ambas, digámoslo así, personalidades insoslayables de la lírica cubana de todos los tiempos.












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