Hace diez años la Televisión Cubana transmitió La epopeya de Angola, serie documental del realizador Milton Díaz Canter. Durante las últimas semanas, Multivisión, en horario nocturno los martes y jueves, ha vuelto a ponerla en pantalla. No es una retransmisión rutinaria, como las que muchas veces ocupan espacio en la programación. De una parte, cuentan los valores históricos de los filmes. De otra, la pertinencia de poder trasladar esos valores a compatriotas que crecieron o nacieron después de los acontecimientos reflejados.
Angola nunca será una lejana referencia. La participación de decenas de miles de cubanos en la defensa de la soberanía del país africano y el rechazo victorioso de la agresión de los racistas sudafricanos y sus aliados, apoyados por los gobiernos norteamericanos, se explican a plenitud desde el mismo inicio de la serie.
Tanta importancia poseen los factores objetivos como los emocionales. La vocación internacionalista de la Revolución se revela en cada acto, pero también el compromiso sentimental de los cubanos con un pueblo que forma parte de nuestras raíces ancestrales, con un continente sin el cual nuestra identidad no sería tal como la asumimos.
La serie coloca en primerísimo plano la conducción estratégica del Comandante en Jefe Fidel Castro al frente de las diversas etapas de la lucha. Desde La Habana, el líder de la Revolución consagró jornadas enteras a cada detalle de la misión, al seguimiento de las acciones, a conjurar las trampas de la geopolítica de un mundo bipolar, a velar por la vida de los hombres y mujeres en el campo de batalla.
En el teatro de operaciones entregaron talento y valor jefes y oficiales, unos veteranos de la insurrección que llevó al triunfo de enero de 1959, a la victoria de Girón, y de la ofensiva que derrotó a las bandas contrarrevolucionarias armadas por el imperialismo; otros más jóvenes, para quienes Angola fue el bautismo de fuego.
Pero en la serie palpitan los soldados, los cubanos sencillos que acudieron voluntariamente a la misión, artilleros e infantes, zapadores y comunicadores, pilotos y médicos, reporteros y enfermeras, exploradores y personal de apoyo logístico, gente común que se empinaron hasta el heroísmo sin otra gratificación que cumplir con el mandato martiano de la utilidad de la virtud.
Ellos escribieron páginas conmovedoras recogidas en cada capítulo de la serie. El piloto que vio caer a los suyos y sobrevivió tenaz y milagrosamente, el artillero del lanzacohetes que resistió el embate del enemigo, el muchacho que perdió un ojo en el asedio a Kangamba, el suboficial que dijo no pasarán y se mantuvo firme, la enfermera que cuidó a los heridos bajo la metralla, los colaboradores civiles que empuñaron el fusil ante una situación extrema.
A la par pesan los testimonios de oficiales y combatientes angolanos, y de los hermanos namibios, quienes fraguaron una fraternidad combativa ejemplar con los cubanos. Incluso, antiguos miembros de la Unita incorporados luego a la construcción de la Angola liberada, reconocieron la conducta combativa y ética de las fuerzas conjuntas cubano-angolanas.
Cierto que una serie documental de tal envergadura no hubiera sido posible sin la contribución y la coordinación de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, el Gobierno angolano y decenas de instituciones y personas. Como tampoco sin el rico material de archivo. Es, en efecto, una obra solo factible desde una óptica colectiva. Pero a Díaz Canter debemos nuevamente concederle el mérito de concretar un tejido fílmico eficaz, imprescindible para que la narración casi siempre fuera convincente y sugerente. La textura dramática del relato fílmico, en la que no se debe obviar la banda sonora de Edesio y Cristian Alejandro, resulta decisiva para que la obra en su conjunto se sostenga por sí misma.
Viendo nuevamente La epopeya de Angola, pienso que el audiovisual cubano tiene todavía muchas deudas con una épica grandiosa. Ahí están Cabinda, de Jorge Fuentes; Caravana y Kangamba, de Rogelio París; y Sumbe, de Eduardo Moya. Cuántas historias no pudieran ser contadas y recreadas. Cuánta pasión heroica agradecerían jóvenes que en estos tiempos se alistan para conquistar el futuro. Es un pasado real, reciente y estimulante, muy distinto al que nos ofrece Juego de tronos.
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ada dijo:
1
4 de septiembre de 2018
05:48:17
Dr. José Luis Aparicio Suárez dijo:
2
4 de septiembre de 2018
06:54:54
Maricel dijo:
3
4 de septiembre de 2018
09:54:38
idania dijo:
4
4 de septiembre de 2018
10:34:32
Ricardo dijo:
5
4 de septiembre de 2018
10:42:46
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